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Actualizado: 4 de mayo de 2025


El tren que partió de San-Gall nos condujo á Zuric, de paso, por la via de Winterthur, al traves de una parte, ó casi el vértice, del curioso triángulo que forma el territorio del canton de Turgovia. Como allí no tocamos sino en localidades insignificantes, no me es dado hacer respecto de ese canton ninguna observacion particular.

Y si tal vez, al oir la explicación de la doctrina cristiana, ó alguna de aquellas incontrastables verdades que tienen fuerza de hacer volver en á quien de vive olvidado, despierta en ellos algún buen pensamiento, apenas nace cuando le sofoca su inconstantísimo genio, y el mal ejemplo de los forasteros, como muchas veces lo vemos y tocamos con las manos.

Sentámonos frente a frente en cómodos, aunque no ricos ni elegantes sillones, con una mesita entre los dos, cargada de papelejos, una plegadera, cajas de fósforos llenas y desocupadas, cenicero con colillas, una petaca de suela y una bolsa abierta de cirugía; y hubo primeramente las vaguedades acostumbradas en toda visita; después fumamos, sin dejar de hablar del tiempo, por lo inusitado de su relativa templanza, ni del juicio que iba formando yo de aquella tierra, para desconocida hasta entonces; luego tocamos el punto de las condiciones higiénicas del valle; y por este resquicio salió a relucir la quebrantada salud de mi tío Celso, sobre la cual tenía yo muchos deseos de hablar con el mediquillo aquél.

No es eso, tontuela; habla de la belleza en absoluto... ¿no entenderás esto de la belleza ideal?... tampoco lo entiendes... porque has de saber que hay una belleza que no se ve ni se toca, ni se percibe con ningún sentido. Como, por ejemplo, la Virgen María interrumpió la Nela a quien no vemos ni tocamos, porque las imágenes no son ella misma, sino su retrato. Estás en lo cierto: así es.

Sin embargo, hoy se invoca aún por cierta escuela la moralidad de aquellos tiempos. Cierta escuela grita aterrada que tocamos ya un período disolvente, que nos precipitamos por instantes en un abismo de perdicion. La escuela á que me refiero dice bien: corremos por instantes á la disolucion.... de dicha escuela. A las once en punto entraba en el patio del hotel de Feydeau.

Que aquesto ahora tocamos de pasada; Y cierto que en pensar yo la estrañeza De las cosas que he visto, embelezada Me queda la memoria, y mi rudeza En estasis se pone enagenada, De toda la humana naturaleza: Y habiendo de escribirlo todo en suma La mano está temblando con la pluma.

Mira, Berganza, grandísimo disparate sería creer que la Camacha mudase los hombres en bestias; todas estas cosas y las semejantes son embelecos, mentiras o apariencias del demonio; y si a nosotros nos parece ahora que tenemos algún entendimiento y razón, pues hablamos siendo verdaderamente perros, o estando en su figura, ya hemos dicho que éste es caso portentoso y jamás visto, y que aunque le tocamos con las manos no le habernos de dar crédito, hasta tanto que el suceso dél nos muestre lo que conviene que creamos. ¿Quiéreslo ver más claro?

Nos fijamos más; pero no conseguimos sino ratificarnos en la idea anterior de que aquello era encaje. Aún á trueque de quebrantar los estatutos de la casa, la persona que nos conducia nos permitió que tocáramos el ribete en que nosotros veiamos positivamente una blonda. Tocamos; aquel tul no era tul, sino porcelana.

Pero ¡ah! tocamos a otro inconveniente; supongo yo que no apareció el autor necio, ni el actor ofendido, ni disgustó el artículo, sino que todo fue dicha en él. ¿Quién me responde de que algún maldito yerro de imprenta no me hará decir disparate sobre disparate? ¿Quién me dice que no se pondrá Camellos donde yo puse Comellas, torner donde escribí yo Forner, ritómico donde rítmico, y otros de la misma familia? ¿Será preciso imprimir yo mismo mis artículos? ¡Oh, qué placer el de ser redactor!

Las tres primeras, que reservo para otra narracion, estaban invisibles cuando tocamos en ellas. Algo nos detuvimos en Amiens, ciudad histórica por mas de un motivo, y tan antigua que remonta a los tiempos anteriores á la conquista romana. Los Romanos la llamaban Samarobriva, y ella fué la capital de la Francia merovingiana, residencia de los primeros reyes francos en la Galia.

Palabra del Dia

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