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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Desde mucho tiempo atrás salía de la jaula a tomar con ella el chocolate, se le ponía sobre el hombro, le picaba suavemente en las manos a guisa de caricia, brincaba de aquí para allá sobre los muebles, y cuando tocaban a retirarse se metía otra vez en la jaula tranquilo como un cordero.

Pero de todo triunfaba aquel bendito. ¿Y cómo no, si sus manos parecía que no tocaban las cosas; si su vista era como la de un lince, y sus dedos debían de ser dedos del céfiro que acaricia las flores sin ajarlas?... ¡Qué diablo de hombre! Habría sido capaz de hacer un rosario de granos de arena, si se pone a ello, o de reproducir la catedral de Toledo en una cáscara de avellana.

Una noche al levantarse la sesión, Miguel sintió que le tocaban en el hombro; era Valle, el marido de su prima Eulalia, uno de los oradores más importantes a la sazón, no sólo del Ateneo, sino también del Congreso.

Alguna vez, cuando la enferma pedía algo, los dos se levantaban presurosos a dárselo; mas al coger un frasco, si sus manos se tocaban, Marta retiraba la suya velozmente, como si hubiese tropezado con una víbora, y dejaba hacer a su amigo. Ambos guardaban silencio. Marta, olvidada de misma, no pensaba más que en su madre. Ricardo, más egoísta, pensaba en María.

Su misticismo fantaseador y la convicción de que las tierras nuevas encontradas por él tocaban con el Oriente asiático le impulsaban a dar por realizados los más bizarros descubrimientos.

Unos tocaban cuernos, otros golpeaban sartenes y cacharros, otros sonaban cencerros y esquilas, y con el ruido de tales instrumentos y el fulgor de las hachas, aquel cuadro parecía escena de brujas o fantástica asonada del tiempo en que había encantadores en el mundo.

Guimarán volvió a temblar; sintió la humedad de los pies de nuevo... y apretó el paso. Hubo más, se le figuró que le seguían; que a veces le tocaban sutilmente las faldas de la levita y el cabello del cogote.... Y como estaba solo, seguramente solo... no tuvo inconveniente en emprender por la cuesta abajo un trote ligero, con el paraguas debajo del brazo.

Al mismo tiempo sentí que las suelas de mis botines tocaban ya la superficie del agua: él no podía dejarme caer más. Una deliciosa sensación de desfallecimiento me invadió. Pero yo puedo sufrirte le dije. ¿Por qué entonces me contestas siempre de tan mala manera? Porque soy una muchacha mal criada. ¡Enhorabuena! dijo él, riéndose.

El conde abrió la puerta del jardín y ambos pasaron adentro. Era muy grande, y estaba bastante descuidado. Desde que la condesa había dejado de venir a la Granja casi en absoluto, los criados apenas tocaban en él. Luis era más dado a hacer ensayos de nuevos cultivos, a criar ganado, a desecar terrenos, que a las flores.

Los oficiales, con las capas terciadas, descendían las escalerillas, unos mirando altivamente a todas partes, otros besando a las mujeres, a la puerta de las casas. Los trompetas, con la mano en la cadera y el codo levantado, tocaban diana en las esquinas de las calles; los tambores apretaban las cuerdas de las cajas.

Palabra del Dia

ancona

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