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A ese clero que condena a la tisis del hambre a dignos comerciantes, a padres de familia; a ese clero que dispersa los hogares y hunde en alcantarillas inmundas, mal llamadas celdas, a las vírgenes del Señor, y que entiende que las entrega a Jesús entregándolas a la muerte.

Su corazón alzose bravamente ante el fantasma terrible de la tisis, y dijo: «No se muere más que una vez... Días antes o días después... ¡Bah! ¡Qué importa!» Y por un supremo esfuerzo de la voluntad quedó sereno, completamente sereno, observando su propia tranquilidad con noble orgullo.

Doña Gertrudis guardaba con gran esmero una colección lujosamente encuadernada de Judíos Errantes y solía asegurar a los amigos que si el joven que firmaba sus acrósticos con una V y tres estrellas no hubiese fallecido de una tisis galopante, sería a la fecha el poeta a la moda, y que si otro muchacho, llamado Ulpiano Menéndez, que se ocultaba bajo el seudónimo de El Moro de Venecia, no se hubiera marchado a América a hacer fortuna en el comercio, sería por lo menos tanto como Zorrilla o Espronceda.

Y al lado de tanta laboriosidad paciente y digna de respeto, ¡qué de charlatanismo! ¡qué de grandes nombres explotados como una muestra de tienda! ¡cuántos sabios metidos á hoteleros de sanatorio!... Un Herr Professor descubría la curación de la tisis, y los tísicos continuaban muriendo como antes.

La tisis, la viruela, vómitos que duran seis meses, úlceras, lepra, un gusano que llaman richta, que roe a las personas, y para extirparlo se... Basta, Reina, basta. Déjanos almorzar tranquilos. ¿Qué queréis tío? La Tartaria me atrae. ¿Y a vos? pregunté al barón. Lo que decís de ella, no es muy halagüeño. Para los que no tienen sangre en las venas respondí despreciativamente.

Si el escribiente no llega a morirse de una tisis que le concluyó en pocos meses, es casi seguro que la muy noble y necesitada casa de los Sanchiz sufriera el baldón de emparentar con el hijo de un maestro de escuela. Después de esta aventura, Amalia quedó bastante desprestigiada en la población. Pero ella bien sabía que, aunque hubiera mantenido incólume su prestigio, sería lo mismo.

El amor intensísimo que Avrigny había profesado a su esposa, arrebatada a este mundo por la tisis, en la flor de su juventud, y que había cifrado más tarde en su única hija, unido al cariño casi paternal que Amaury le inspiraba, hacía que éste y Magdalena ni por pienso hubiesen nunca dudado de obtener su aquiescencia.

Las cejas se fruncían: las negras pupilas despedían miradas cada vez más duras y tristes. El doctor levantó al fin la cabeza, y preguntó fríamente: ¿Qué médico le ha dicho a usted que estaba en segundo grado de tisis? Ninguno repuso el enfermo con la misma frialdad. El anciano se puso en pie vivamente, y le miró lleno de estupor. Después se santiguó exclamando: ¡Jesús qué atrocidad!

Era cierto: la misma constitución endeble de Pilar, ofreciendo menos campo al mal, retrasaba la crisis funesta de su padecimiento; y así como el huracán, que desgaja encinas, sólo encorva las cañas, la tisis entraba con ímpetu menor en aquel cuerpo linfático, que lo hiciera en uno sanguíneo y pujante.

Estaba destinado el hospital para la curación de llagas y de enfermos de tisis, y en 1837, al reunirse todos los hospitales en el de la Sangre, se trasladó allí por orden de la Junta de Beneficencia, dueña entonces del local, que conservó la iglesia y destinó á oficinas y almacenes el resto del edificio.