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Actualizado: 15 de junio de 2025
Todos los hombres, y peculiarmente los españoles, salvo algún extravagante, prefieren comer foie-gras y pavo trufado a comer chanfaina y revoltillos; vestir ricos paños y terciopelos, a vestir bayeta; vivir en un palacio, a vivir en una choza; y andar en coche, a andar a pie.
Del holandés os diré que es tardo y pesado, y que no desenvaina la espada por los bellos ojos de una doncella ni por un quítame allá esas pajas; pero con justa causa y buenos capitanes, sabe defender su país, más mojado que charca de ranas; y sobre todo, no toquéis sus fardos de lana, sus terciopelos de la antigua Brujas y demás mercaderías, porque entonces se enfurece y hay que matarlo para hacerlo entrar en razón. ¡Sí, reíos!
Y mezclados con ellos, abrumándoles con la importancia de su pasado, los veteranos del arte, los que hicieron las delicias de una generación casi desaparecida: tenores con canas y dientes postizos; viejos fuertes y arrogantes que tosen y ahuecan la voz para hacer ver que aún conservan la sonoridad del barítono; gente que pone en movimiento sus ahorros, con esa tacañería italiana comparable únicamente a la codicia de los judíos y presta dinero o abre tienda después de haber arrastrado sedas y terciopelos sobre las tablas.
Callaría si el arte de la seda hubiese ganado algo con nuestra ruina; pero me sublevo al ver que lo de allá, que es lo que priva, ni es arte ni nada. Industrialismo vil: estafa y nada más. ¿Dónde están los tejidos de pura seda que un puñal no podía atravesar? ¿Dónde los terciopelos que pasaban de abuelos a nietos, como si acabasen de salir de la tienda?
Para gustar de los colores chillones ahí están esas cursis de Emilia y Leonor... ¡Cómo me agradan los terciopelos y las felpas de tonos cambiantes! Un traje negro con adornos de fuego, o claro con hojas de Otoño resulta lindísimo... El buen gusto nace con la persona... »Vamos, gracias a Dios que me duermo. Poquito a poco me va ganando el sueño.
Estos seres, Teodoro, en mi tiempo, en la tercera página de la Biblia, apenas usaban exteriormente una «hoja de parra». Hoy son toda una sinfonía, todo un engañoso y delicado poema de encajes, batistas, sedas, flores, joyas, cachemires, gasas y terciopelos.
El herraje de los braseros parecía atizarse entonces en la sombra; pero, inmediatamente, llegaba la larga hilera de servidumbre trayendo una aurora de luminaria, que resplandecía en la palidez de los rostros, en la blancura de las lechuguillas, en el sayal amarillento de los dominicos, haciendo chispear las veneras de las Ordenes militares y los preciosos joyeles sobre los terciopelos y brocados.
En las plazuelas y encrucijadas quedaban aun los negros tingladillos sobre los cuales frailes de todas las órdenes predicaran la víspera con elocuencia pavorosa; y en la Calle Ancha, en la Lencería, en la Lonja y en torno a la parroquia de San Vicente, fúnebres terciopelos y bayetones pendían de casi todas las ventanas, enlutando los muros.
El rey prohibía que se usase más de encajes finos, cintas de plata y oro, terciopelos rayados, etc., como no fuera con cierta moderación muy limitada; añadía que los menestrales, barberos, labradores y especieros no podían llevar vestidos de seda, y vedaba en absoluto que ni hombres ni mujeres luciesen aderezos y adornos de piedras falsas, que entonces se labraban con gran perfección, imitando á los legítimos.
La ciudad tiene en su recinto muchos colegios importantes, de todas clases, una hermosa biblioteca de 50,000 volúmenes y un regular jardín botánico. Posee en el interior y los arrabales muchas fábricas, haciendo una activa producción de gasas y terciopelos de seda y algodón, paños negros de satín, telas finas de lana y otros tejidos de mérito.
Palabra del Dia
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