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Actualizado: 23 de junio de 2025
Se habían escrito durante una temporada. Después supo que se había casado; después no supo más de ella. Ha muerto le dije. ¿Ha muerto? repitió toda turbada. ¿La conocía usted?... ¿Dónde ha muerto? La conoce hoy todo el mundo. Ha muerto en Madrid. Su historia sencilla, escrita y publicada recientemente, ha hecho derramar muchas lágrimas.
Hasta la soledad puede lograrse aquí haciendo un esfuerzo. Como yo estoy aquí por una temporada, no puedo ni debo hacerlo; pero, si yo estuviese de asiento, no hallaría dificultad, sin ofender a nadie, en encerrarme y retraerme durante muchas horas o durante todo el día, a fin de entregarme a mis estudios y meditaciones. Su nueva y más reciente carta de Vd. me ha afligido un poco.
Además, es de advertirse que para conocer bien a Chile es necesario penetrar hasta Valdivia, y hacer el corto viaje por el pintoresco río del mismo nombre a su puerto Corral. Sobre todo, vale la pena pasar una temporada entre los lindos lagos del sur, que se hallan casi ocultos entre los picos de la cordillera andina.
Pasaba todo el día en casa, huyendo de la gente, en un rincón del huertecillo, triste y descuidado desde la muerte de la niña. «¿En qué piensas, Antonio?», le preguntaba. «Papá, pienso en Anita.» El pobre me engañaba. Pensaba en él, en lo cruelmente que nos habíamos equivocado, creyéndonos por una temporada iguales a los demás, y cometiendo la insolencia de querer ser felices.
Ni Alarico, ni Atila, ni Odoacro debían de tener aspecto más feo y siniestro ni producir más grima. Júzguese del efecto que causaría entre los vecinos tímidos cuando una temporada le dio por salir a caballo pasada la medianoche y recorrer las calles de la ciudad acompañado de un criado, caballero asimismo en otro corcel.
Apeles, por quien no pasan días y que ha estado en Roma una buena temporada, se la trae de allí y la instala en su casa, á pesar de su virtuosísima y severa madre, que vive todavía. La casa de Apeles es un perpetuo holgorio; mucho festín, mucha francachela y mucho brindis.
Pasados tres meses desde que la Rufete salió de la cárcel, Emilia, dando noticia al médico de las observaciones que hacía en la persona de aquella, le decía una noche: «Desde la primera vez que vino en esta temporada hasta ahora ha variado tanto... Y parece que va descendiendo, que cada día baja un escaloncito.
A los catorce o quince años empecé a sentirme mejor, a comer con más apetito y me puse hasta gordo, dado, por supuesto, mi temperamento; pero al llegar a los veinte, no sé si por el mucho estudiar o el desarreglo de las comidas, o la falta de ejercicio, o todo esto reunido, volvieron a exacerbarse mis enfermedades, y puedo decir que, durante una larga temporada, mi vida ha sido un martirio.
Y la verdad era que con aquella vida tranquila y sosegada, eminentemente práctica, se iba poniendo tan lucida de carnes, tan guapa y hermosota que daba gloria verla. Siempre tuvo la de Rubín buena salud; pero nunca, como en aquella temporada, vio desarrollarse la existencia material con tanta plenitud y lozanía.
Sí, señor... como el teatro está cerrado ahora... Es la mejor ocasión. Como estamos en cuaresma, y es la época de ajustar para la próxima temporada cómica, desearía que usted me recomendase... ¡Bravo empeño! ¿A quién? Al Ayuntamiento. ¡Hola! ¿Ajusta el Ayuntamiento? Es decir, a la empresa. ¡Ah! ¿Ajusta la Empresa? Le diré a usted... según algunos, esto no se sabe... pero... para cuando se sepa.
Palabra del Dia
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