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Actualizado: 23 de junio de 2025


Feliciana cerraba los ojos, estremecida por el chaparrón de besos, vibrando su virgen sensibilidad con el apretón de los masculinos brazos, sintiéndose próxima a caer al suelo, como si las piernas temblorosas no pudiesen sostenerla, murmurando entre suspiros dulces: Basta... déjame... Que me matas: que grito... Asesino...

Su gran torso de atleta, se movía convulsivamente sobre el lecho, incorporándose unas veces, otras dejándose caer, mientras las manos temblorosas y crispadas se ocupaban instintivamente en tirar de la ropa, que a impulso de sus bruscas sacudidas se le marchaba.

Como se aproximaba la noche y nada tenía resuelto, fue a pedir consejo al viejo de la barraca inmediata, un carcamal que sólo servía para segar brozas en las sendas, pero de quien se decía que en la juventud había puesto más de dos a pudrir tierra. Le escuchó el viejo con los ojos fijos en el grueso cigarro que liaban sus manos temblorosas cubiertas de caspa.

Los dientes de la condesa continuaban triturando con fuerza grandes pedazos de pan: sus manos se paseaban un poco temblorosas por la mesa tomando y soltando precipitadamente los objetos que se hallaban á su alrededor. Á menudo levantaba la cabeza y parecía concentrar todos sus sentidos en el oído derecho, que inclinaba ligeramente hacía la puerta del gabinete.

Todo esto transfigurado por aquel ambiente de gabinete de amor iluminado por un inmenso fanal de nácar. Los crujidos secos de las ramas sonaban en el profundo silencio como besos; el murmullo del río le parecía a Rafael el eco lejano de una de esas conversaciones sostenidas con voz desfallecida, susurrando junto al oído palabras temblorosas de pasión.

¡Desgraciado niño! gimió la señora de Freneuse poniendo sus temblorosas manos sobre la cabeza de su hijo... ¡Un suicidio!... ¡Oh! no, madre mía; hubiera sido inútil. Desde el primer día mis compañeros me tomaron odio. Me llamaban aristócrata y niño mimado. Hay una jerarquía hasta entre esa gente abyecta, y los más infames son los más respetados.

De cuando en cuando veíase pasar algún anciano o algún enfermo que paseaban, a quienes la primavera rejuvenecía o devolvía la salud, respectivamente; y en los puntos más abiertos al viento, grupos de niños soltaban cometas con largas colas temblorosas y las contemplaban casi perdidos de vista, fijos sobre el azul del cielo semejantes a blancos blasones salpicados de puntos de colores vivos.

Pero yo la desoigo; quiero soñar, quiero inventarme bellas mentiras para mi consuelo. Tal vez en este vientecillo que nos roza la cara, hay algo de las manos suaves y temblorosas que me acariciaron por última vez antes de ir al presidio. El gitano había cesado de gemir, mirando a Salvatierra con sus ojos africanos, agrandados por el asombro.

Cantaban las ranas con una monotonía desesperante; reflejábanse las temblorosas estrellas en el fondo de las charcas; en el inmediato estanque conmovíanse con estremecimientos voluptuosos las plantas verdosas que extendían sus palmitos a flor de agua, y a lo lejos, como un eco, sonaban los ladridos de los perros del arrabal.

Los piés y manos están temblorosas y heladas, pero no azuladas; no hay sed, pero existe, como en todas las discrasias que alteran profundamente la economía, una gran sensibilidad al frio, frio que penosamente se corrige en la cama, pero que solo con esta circunstancia se mejora. Además, el movimiento aumenta el frio, y parece que cada esfuerzo obra disminuyendo la suma de fuerzas radicales.

Palabra del Dia

lanterna

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