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Actualizado: 23 de junio de 2025


Pero la brisa del Norte había amontonado allá en el horizonte montañas flotantes de nubes de fuego formando fantásticas ciudades, cuyas flechas y cúpulas resplandecían temblorosas al través de una gasa azul. La campiña estaba dormida: el aire callado. La tierra se extendía desnuda y árida.

Hablaba atropellándose, con las mejillas encendidas, vibrando por los ojos rayos de ira, agitando las manos temblorosas, moviendo todo su esbelto cuerpo como si estuviera sujeto a una fuerte corriente eléctrica. El P. Gil la contemplaba estupefacto.

Caían anonadadas y temblorosas ante su ardor senil, en las frondosidades de los huertos, en los almacenes de naranja, o al anochecer, al borde de un camino, las vírgenes apenas salidas de la niñez, casi calvas, con el pelo untado de aceite, el pecho liso y los miembros enjutos, tristes, con una delgadez de muchacho, bajo las sucias faldas de la miseria.

Y el alemán marchaba adelante, con el entusiasmo de un buen padre que se sacrifica por conquistar el pan de los suyos. Centenares de miles de cartas escritas por las familias con manos temblorosas seguían á la gran horda germánica en sus avances á través de las tierras invadidas. Desnoyers había oído la lectura de algunas de ellas, á la caída de la tarde, ante su castillo arruinado.

Don José se levantó, anduvo como desconcertada máquina hasta un aposentillo interior donde tenía sus trastos, y tanteando con las temblorosas manos en la obscuridad, encontró una botella. Apuró del contenido de ella porción bastante, y al tratar de volver al sofá, las piernas le faltaron y cayó rodando en mitad del aposento.

Anonadado, miró el anciano furtivamente a su alrededor, temiendo ser observado, y decidió hacer un esfuerzo para leer el pliego; pero el papel se escapó de sus temblorosas manos y cayó entre las llamas que lo consumieron vorazmente. Don Alejandro miró hacia el rincón en donde estaba el cerrado cofre y se acercó más aún a la chimenea, pero, a pesar de su proximidad al fuego sentía frío.

Valles oscuros, torrentes umbríos, bosques nebulosos en los cuales nadie puede descubrir las formas a causa de las lágrimas que gota a gota se lloran de todas partes! Allá, lunas desmesuradas crecen y decrecen, siempre, ahora, siempre, a cada instante de la noche, cambiando siempre de lugar, y bajo el hálito de sus faces pálidas ellas oscurecen el resplandor de las temblorosas estrellas.

Jamás olvidará el que escribe estas líneas las angustias de un pobre niño, modelo de candor y de juicio, al oír explicar cierta lección del Catecismo; quedóse el niño muy pensativo, fuese luego poco a poco angustiando, hasta exclamar al fin convulso, con el corazón encogido, los ojos llenos de lágrimas y temblorosas las manitas: ¡Entonces... entonces... mi papá es muy malo, muy malo... y se va a ir al infierno!

El crepúsculo, subiendo poco á poco de Levante envolvía á la ciudad con su velo sombrío, apagaba después las luces temblorosas del Océano, se esparcía sobre las olas dejándolas verdes, inmóviles. Un soplo de tristeza estremecía súbito á los enamorados, poniéndolos graves y mudos, mirando con ojos extáticos la huída de la luz.

Aprieta la mano de su hermano más cordialmente que nunca, y lo mira en silencio en el fondo de los ojos, como si tuviera que hacerse perdonar una falta grave. Gertrudis tiene la palidez que causa una noche de insomnio. Su mirada evita la de Juan, y la taza de café que le ofrece suena en sus manos temblorosas.

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