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Actualizado: 3 de junio de 2025


Y Verdú es un bello ejemplar de esos hombres-fuerzas que cantan, ríen, se apasionan, luchan, caen en desesperaciones hondas, se exaltan en alegrías súbitas; de uno de esos hombres que accionan fáciles, que caminan rápidos, que hablan tumultuosos, que dicen jovialmente a los necesitados: «¡Ah! , , desde luego», que tienden los brazos para abrazar desde la segunda entrevista, que piensan sinceramente al recibir la ofensa: «Soy yo, soy yo el que tiene la culpa», que suben sesenta escalones, y otros sesenta, y otros cincuenta para hacer un favor al amigo del amigo de un amigo, que contestan las cartas a correo vuelto, que lanzan largos telegramas entusiastas por nimias felicitaciones, que son buenos, que son sencillos, que son grandes.

Además, la fortuna favoreció a los enamorados, porque los electores de don Luis, acostumbrados a su largo mutismo, le dispararon una nube de telegramas de felicitación, tras del telégrafo usaron del correo y, como fue preciso contestar a tanta enhorabuena, el senador determinó emplear a Pepe como escribiente.

Pero pasó una noche rompiendo cuartillas y dando paseos nerviosos para relatar un incendio, y al fin hubo de transmitir el encargo a un golfillo de la casa que no sabía escribir un renglón con su ortografía. Le dieron telegramas para que los ampliase, y los redactó con menos palabras que el original. Era un espíritu superior, incapaz de tan bajas funciones.

En los pueblos no se reciben telegramas sino para anunciar una desgracia; se conmociona toda la familia; el que lo abre calla y se pone un poco pálido; sus manos tiemblan; todos miran ansiosos... Yo he sentido un tilde de esta ansia cuando he visto, en esta mañana gris, cansado, soñoliento, un telegrama. ¿Qué voy a leer en él? ¿Qué nueva vía desconocida va a abrir en mi vida?

Algunos habían sospechado ya el juego; se resistían a vender, sobre todo en Madrid, donde el carácter del banquero era conocido. A no apresurarse a dar el golpe decisivo, seguramente las acciones hubieran subido. Llera olfateó el peligro y dió la señal de avance. ¡Qué día más feliz para el asturiano aquel en que se recibieron los telegramas de París y Londres!

¡, ! ¡Esto es una iniquidad! ¡Hay que hacer una manifestación! Hablaban también muchos conjurados con trazas de curiales de Palacio; eran amigos del Arcediano, del implacable Mourelo, que conspiraba desde la sombra. A ver usted, señor Sousa, usted que escribe los telegramas del Alerta... es preciso que hoy retrasen ustedes un poco el número para que haya tiempo de insertar algo....

Su apoderado de Sevilla andaba loco, asediado por cartas y telegramas, no sabiendo cómo armonizar tanta petición de contratas con las exigencias del tiempo. La tarde anterior había toreado en Ciudad Real, y vestido aún con el traje de luces metiose en el tren, para llegar por la mañana a Madrid.

Se nombró redactor en jefe a Sinforoso Suárez, con un sueldo de veinticinco duros mensuales, y administrador al hijo primero de don Rufo. Faltaba el papel. Se había telegrafiado a Madrid pidiendo una remesa, y no acababa de llegar. La impaciencia de Belinchón era grande. Telegramas iban y venían por los alambres eléctricos.

Estaban habituados a aquella catástrofe casi anual, la inundación era un mal inevitable de su vida y lo acogían con resignación. Además, hablaban de los telegramas recibidos por el alcalde con expresión de esperanza. Al amanecer tendrían auxilio. Llegaría el gobernador de Valencia con los marineros de guerra y se llenaría de barcas la laguna. No quedaban más que unas cuantas horas de espera.

El Almirante acogióme en su salón y después de los saludos de cortesía, preguntéle si eran ciertos todos los telégramas que había él dirigido al Cónsul de Singapore, Mr. Pratt, relativos á mi; contestándome afirmativamente, y añadiendo que, Estados Unidos había venido á Filipinas para protejer á sus naturales y libertarles del yugo de España.

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