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Desfilaban ante sus ojos los recuerdos de algunos meses antes, cuando se había iniciado su amor, de cinco á siete de la tarde, bailando en los hoteles de los Campos Elíseos que realizaban la unión indisoluble del tango con la taza de . Ella pareció arrancarse de estos recuerdos á impulsos de una obsesión tenaz que sólo había olvidado en los primeros instantes del encuentro.

Las cabezas, harto calientes ya por el alcohol, después de aquel fugaz enfriamiento, se pusieron más fogosas. Vino el período de las canciones báquicas, desacordadas; las frases obscenas menudearon entre ellos y ellas. Un barbián salió a bailar el tango con Matilde la Serrana, mientras Concha les batía las palmas y cantaba con voz opaca de prostituta.

Le inspiraba una franca antipatía, por el hecho de que su mujer hablaba de él con cierta admiración, lo mismo que todas sus amigas. Gozaba los honores de la celebridad. Alguien, para marear irónicamente la altura de su gloria, lo había apodado «el águila del tango». Robledo adivinó que era un sudamericano por la soltura graciosa de sus movimientos y su atildada exageración en el vestir.

Durante una semana, de cinco á siete de la tarde, el «todo París» de los tango y los tés donde simplemente se murmura habló con insistencia del casamiento de Mauricio Delfour heredero de la casa Delfour y Compañía, 250 millones de capital con la bella Odette Marsac, nieta de un parlamentario célebre y casi olvidado que había sido candidato dos veces á la presidencia de la República.

Por una oreja le entra el balanceo musical de una danza inventada por los negros de la América del Norte para regocijo de los blancos; por la opuesta penetra al mismo tiempo otra música negra: el tango de la América del Sur.

Había dejado a un lado el cigarrillo de azules espirales, y con una media voz que acentuaba las palabras, dándolas temblores apasionados, cantaba acompañándose de las melodías del piano. El torero avanzó los oídos para entender algo... Ni una palabra. Eran canciones extranjeras. «¡Mardita sea! ¿Por qué no un tango o una soleá?... Y aún querrían que un cristiano no se durmiese

Ya en lo alto, es recibido por una mujercita con kimono morado y sembrado de grandes ibis; es la señorita Chadd, que, según se dice, danza en los music-halls, pero que principalmente desempeña otras profesiones menos confesables; pertenece a la «gente alegre» y se gana la vida desayunando, comiendo y bailando el tango en diversos establecimientos de la capital.

TERPSY. La danza guerrera... Usted desconoce todavía mi enseñanza: la danza clásica en todas sus manifestaciones. ¡No hay ejercicio mejor...! ¡Desde luego aquí no aprenderá usted el tango...! TERPSY. ¡Peor para usted...! Es la única danza que hace engordar. ¡Principalmente las piernas y el bajo-vientre! LA SE

Luego hacía donación de su lujoso vehículo. Había deseado ser soldado porque todos los jóvenes de su club partían á la guerra. Además, le halagaba que su última amante le dedicase unas lágrimas de admiración y asombro viéndole con uniforme. Sentía la necesidad de conmover á todas las damas que habían bailado el tango con él hasta la semana anterior.

Eran amistades de una época remota, de seis meses antes; damas que le habían admirado y perseguido, confiándose á su sabiduría de maestro para atravesar los siete círculos de la ciencia del tango.