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Actualizado: 5 de junio de 2025


Y cambió con tal arte el curso de la conversación, que a Juanito se le quedó en el cuerpo lo que quería decir, y antes llegaron a la pobre escalerilla de la calle de Gracia, que pudo manifestar su valor para ser esposo de Tónica y encargarse de la pobre ciega. Aquella noche fue cruel para Juanito.

Juanito temblaba viendo aproximarse la afligida demanda, el «sablazo» maternal, acompañado con lágrimas y conmovedoras lamentaciones sobre lo mucho que cuesta la educación de los hijos. Y la petición fue formulada, por fin, a principios de Semana Santa, una tarde en que Juanito, después de comer de prisa, iba a salir para avistarse con Tónica antes de entrar en la tienda.

Tónica estaba seria y decía con triste ingenuidad: Reconozco que si encontrase un hombre honrado, trabajador y humilde como yo, que quisiera admitir a mi desgraciada amiga, me tendría por muy feliz.... Pero en fin, hoy por hoy no hay que pensar en tonterías.

Don Ramón acogió con noble modestia las expresiones de confianza de su admirador, y pareció enternecerse con las pocas palabras de Tónica y su amiga rogándole se dignase aceptar su dinero.

Desde la noche que subió a casa de Tónica, fue estrechando su intimidad con las dos mujeres.

Aquella primavera fue el período más feliz de la existencia de Juanito. Amaba, era amado, tenía fe en el porvenir, sentíase a cien leguas de las miserias de su familia, y para mayor felicidad, el tío don Juan, enterado de su noviazgo, lo toleraba, reservándose dar su aprobación definitiva cuando conociese a Tónica.

Bueno; aceptaba su invitación porque le creía un joven formal y honrado. Pero ¡Dios mío! ¡qué diría la gente...! Y comenzó a andar con timidez al lado del joven, que no se sentía menos conmovido. Nunca había estado tan próximo a Tónica.

Abriendo una mampara negra, entraron en el despacho, pieza empapelada de obscuro, con estantes de carpetas verdes y grandes cromos franceses de santos y santas, que parecían acicalados y perfumados para asistir a un baile. Allí, tras la mesa-ministro, sobre la cual todo estaba arreglado con nimia pulcritud, mostrábase el famoso banquero. Tónica experimentó una decepción.

La mamá mostrábase con él amable y cariñosa como jamás la había visto; tenía arranques de lirismo casero, se enternecía reuniendo toda la familia en la mesa, y él, por no contrariarla, permanecía en Burjasot, víctima de las contradicciones de su carácter, tan pronto atraído por la «querencia» a la cocina, como pensando en Tónica con la dulce nostalgia del enamorado.

Las gentes enlutadas que estaban en torno del muerto conocían la rudeza del viejo, y extrañaban su bondad. Las buenas burguesas se habían fijado en la dulce belleza de Tónica, y sin dejar de mover los labios como si rezasen, murmuraron bajo sus velos negros: Será su querida. Sonaron en la plazuela el sordo rumor de muchos carruajes y los gritos de los cocheros.

Palabra del Dia

vorsado

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