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Actualizado: 5 de junio de 2025
Con estas confidencias, Juanito iba penetrando lentamente en la vida de la joven y la consideraba ya como algo propio, a pesar de que todavía la picara lengua seguía negándose a obedecerle. Tónica tenía en ciertos momentos rasgos de ingenuidad, que turbaban al joven, sin dejar por esto de experimentar alegría.
En la imaginación del joven, aquella calle había sido mutilada de un modo horroroso; le parecía extremadamente corta, y la pequeña puerta por donde desaparecía Tónica todas las noches estaba ya a la vista. Para mayor desgracia, la joven seguía hablando; pero Juanito tembló, pensando que podía quedarse solo y desesperado dentro de pocos minutos por culpa de su timidez, y al fin se sintió hombre.
Pero cuando estaba cerca de ella, el rubor desaparecía y sentía en su interior audacias que le asombraban. Ya no se conformaba con esperar que Tónica fuese a la tienda de Las Tres Rosas.
Todos los seres de la tierra le parecían pequeños; y sintiendo la tierna conmiseración de las almas grandes, sonreía dulce pero compasivamente al pensar en su madre, en sus hermanas y hasta en la misma Tónica.
Esperaría a que el molesto transeúnte se fuese por otra calle. Y mientras tanto, escuchaba a Tónica, cuidando de ladear el paraguas para que la cubriera bien, y mirando al suelo, como encantado por el trozo de enagua blanca al descubierto y las pequeñas botinas que saltaban los charcos con una graciosa ligereza de pájaro.
En concreto, nada le había dicho Tónica; pero a pesar de esto, el joven, con instintiva confianza, creía en su felicidad, y aquella noche fue la primera de satisfacción y calma, después de las rabietas e inquietudes que le había producido la timidez de su carácter apocado. Ahora... ¡oh! ahora era todo un hombre, y así lo reconocía satisfecho y un tantico orgulloso de su audacia.
Bajo la calma del cielo plateado, el campo emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo. Milk, el padre del cachorro, cruzó a su vez el patio y se sentó al lado de aquél, con perezoso quejido de bienestar. Permanecían inmóviles, pues aún no había moscas.
Tónica era un espíritu práctico, que, en medio de sus escapes de pasión, no olvidaba el porvenir con todas sus miserias y monotonías. Insensible a los encantos del paisaje, a la soledad rumorosa que los rodeaba, trazaba planes para lo futuro, para cuando fuesen dueños de una tienda en el Mercado y ella tuviese que desarrollar las facultades de ama de casa.
Allí esperaba Juanito la aparición de Tónica, que todos los domingos, por hallarse libre del trabajo, se encargaba de la compra, evitando esta operación a su compañera, cada vez más falta de vista.
Tónica, al entrar, no hacía caso de las palabras de los dependientes, e iba recta en busca de aquel barbudo tan tímido como ella, que muchas veces le enseñaba las muestras con manos temblorosas; y Juanito experimentaba un verdadero disgusto cuando se ausentaba de la tienda y al volver le decían que había estado «la beatita».
Palabra del Dia
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