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Actualizado: 25 de septiembre de 2025


Entre los mozos, como había desdeñado a muchos, los pobres no se le acercaban por ofendidos o tímidos, y los ricachos, que si ella hubiera sido fácil hubieran porfiado por visitarla en su casa, temían desconcharse o rebajarse acompañándola en público.

Ya no hay más nobles que los que vienen de nobles, ni más aristocracia que la de la sangre vieja, porque no vivimos tiempos en que se puedan hacer nuevos nobles ni nuevos santos; nuevos nobles, porque en nuestra sociedad no hay ocasiones en que acreditar la bravura personal; nuevos santos, porque todos estamos tan bien protegidos por las leyes, que ni a los más tímidos se les pone en trance de que muestren su timidez en términos de santidad.

Entonces, usando de todos los miramientos, vacilaciones y rodeos, tímidos unas veces, enérgicos otras, propios del hombre encargado de dar una noticia inesperada y triste que ha de herir el corazón, me dijo, recibiéndome en sus brazos: «¡Ya no tienes madreMe pareció que el suelo se hundía bajo mis pies, que mi existencia vacilaba por encontrarse sin base; mi alma elevose rápidamente al cielo como queriendo buscar la de aquélla que fue vida de mi vida aquí en la tierra. ¡Jamás hubiera creído que pudiese vivir sin ella un solo día!

Tristán y Clara, tímidos y embarazados, recorrieron las habitaciones de la casa, pequeñas comparadas con las del suntuoso hotel que acababan de dejar, pero amuebladas con refinado gusto y coquetería. Clara lo hallaría todo precioso aunque fuese mucho peor. Pero la cocinera ardía en deseos de mostrarles hasta dónde llegaban los primores de su arte.

Las montañas que cerraban el valle perdían su relieve, ofreciéndose a la vista como informes y monstruosos bultos. El pedazo de cielo que dejaban ver reflejaba débilmente la luz moribunda del sol, puesto ya hacía bastante tiempo, y rompiendo a duras penas esta cárdena luz, comenzaban a brillar algunos tímidos luceros. Extinguíanse los rumores que las faenas agrícolas despiertan en semejante hora.

Primero, una logrera irascible que se fué echando chispas, muy quejosa del abogado; después unos indios que entraron tímidos y respetuosos, con el sombrero entre las manos, vestidos de limpio, al hombro el zarape purpúreo. Traían para don Juan un par de pavos. ¡Qué pavos! ¡Que ni de encargo para un mole en los callejones de Barrio Viejo el día de Difuntos! Habló el más listo.

El lector imaginará que Melisa y Sofía alcanzaron la preeminencia y compartían la atención del público. Melisa, con su claridad de percepción natural y confianza en misma; Sofía, con el plácido aprecio de su persona y la perfecta corrección en todas sus cosas. Los otros pequeñuelos eran tímidos y atolondrados.

Don Pedro Miranda, de quien ya hemos hecho mención, era un hombre que pasaba bien de los sesenta, bajo de estatura y de color, las mejillas rasuradas, la cabeza monda y lironda, los ojos grandes y apagados, los ademanes tímidos.

Si te retiene, quédate; piensa en el autor, en el estado de su espíritu cuando pintó esa figura celeste, en el ideal flotante de su época, y luego, vuelve los ojos a lo íntimo de tu propio ser, anima los recuerdos tímidos que al amparo de una vaga semejanza asoman sus cabecitas y temiendo ser importunos, no se yerguen por entero.

Desde este momento, los sabios menos exagerados y más tímidos y económicos en sus cronologías, ponen hasta el día de hoy unos 25.000 años. La raza alala, los antropiscos, los casi hombres, como si dijéramos, salieron del centro de Africa o de un continente austral llamado Lemuria, que ya se hundió en el mar como la Atlántida, y que estaba entre el Africa y el Asia.

Palabra del Dia

sucintamente

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