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Actualizado: 23 de junio de 2025
Para llegar pronto y sin cansancio al vértice de su más venerada montaña, á la cual han dado el nombre de Washington, héroe de la independencia, la han enlazado con la red de sus ferrocarriles. Rocas y pastos están rodeados de una espiral de rieles que suben y bajan alternativamente los trenes silbando y desenrollando sus anillos como gigantescas serpientes.
Mas abajo de los Xarayes entra por la parte oriental en el Paraguay el rio de los Porrudos, en la altura de 17 grados y 52 minutos. Este rio es bien caudaloso, y en él entra el de Cuyabá, como se dirá en otra parte. Otro brazo de este mismo rio entra mas abajo, y le dan los Portugueses el nombre de Canal de Chiané, y por él suben con sus canoas los Paulistas que navegan á Cuyabá.
Los bergantines suben prestamente A descargar el hato que llevaban, El Guaranì acudiera diligente A ver que los cristianos esperaban. Recibidos de paz, y prestamente Los indios
Así, alguna de estas olas se nos figura que suben arteramente, buscando el camino estrecho y tortuoso, como una guerrilla intrépida, y ya desde la cumbre de un peñascal bajan en una rápida fuga. Frayburu, negro, en medio de las aguas espumosas, parece una representación del orgullo y de la fuerza de la tierra frente a las iras del mar.
La mayor parte de esas asperezas que no son más que las montañas de la Luna, tienen forma circular que las hace parecerse á grandes circos, ó á los cráteres de los volcanes terrestres. Las hay de todas dimensiones. La altura de muchas de estas montañas ha sido medida; casi todas son muy elevadas, y son varias las que suben tanto como las principales cimas de la Tierra.
Esas luces parecen adquirir intensidad con el movimiento de las aguas: suben, bajan y se mezclan unas con otras, confusamente, formando movibles líneas de oro y plata, que se prolongan hasta las crestas de espuma, que también se hacen luminosas.
El contrabandista no pudo reprimir su inquietud y llamó aparte a Hullin. Mira le dijo esa fila de chacós que se desliza a lo largo del Sarre y, por este lado, los que suben por el valle saltando como liebres: son kaiserlicks, ¿no es verdad? ¿Y qué crees que van a hacer, Juan Claudio? Van a rodear la montaña. Eso está bien claro. ¿Y cuánta gente habrá ahí? Tres o cuatro mil hombres.
Allí se apean un momento, entran en un café-restaurant y encargan el almuerzo para las doce: vuelven a montar y siguen paseando por la Moncloa, dejan el coche cerca de la fuente de las Damas y suben lentamente por un montecillo cubierto de pinos hasta colocarse en un alto y deleitoso paraje tapizado de césped desde donde se divisa el único paisaje digno que tiene la capital de España.
Son cinco los hombres que suben: uno es un blanco, con casaca y con botas, y de barba también: ¡le gustan mucho a este pintor las barbas!: otro es como indio, sí, como indio, con una corona de plumas, y la flecha a la espalda: el otro es chino, lo mismo que el cocinero, pero va con un traje como de señora, todo lleno de flores: el otro se parece al chino, y lleva un sombrero de pico, así como una pera: el otro es negro, un negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir! ¡por eso no quería su papá que ella tocase el libro!
Allá abajo la gente entra, como las abejas en el colmenar: por los pies de la torre suben y bajan, por la escalera de caracol, por los ascensores inclinados, dos mil visitantes a la vez; los hombres, como gusanos, hormiguean entre las mallas de hierro; el cielo se ve por entre el tejido como en grandes triángulos azules de cabeza cortada, de picos agudos.
Palabra del Dia
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