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Actualizado: 13 de noviembre de 2025
Durante las escenas que hemos procurado describir en el anterior capítulo, Stein daba la vuelta alrededor de Sevilla, siguiendo la línea de sus antiguas murallas, alzadas por Julio César, como lo testifica esta inscripción colocada sobre la puerta de Jerez: H
Sobre el peñasco del frente descollaba el fuerte de San Cristóbal, coronado por las copas de higueras silvestres, como lo está un viejo druida por hojas de encina. A pocos pasos de allí descubrió Stein un objeto que le sorprendió mucho. Era una especie de jardín subterráneo, de los que llaman en Andalucía navazos.
¿Me conoce usted? preguntó el duque; porque en efecto, la persona que Stein había reconocido era el duque de Almansa . ¿Me conoce usted? repitió alzando la cabeza, y fijando en Stein sus grandes ojos negros, sin poder caer en quién era el que le dirigía la palabra.
Stein empezó por preguntar al padre algunos pormenores sobre la enfermedad de su hija; acercándose después a la paciente, que estaba amodorrada, observó que sus pulmones se hallaban oprimidos en la estrecha cavidad que ocupaban, y estaban irritados de resultas de la opresión. El caso era grave.
Estuvo un cuarto de hora, y después se encaminó hacia el río, y apoyándose en una piedra de la orilla, dijo: «Aquí está». No acababa de decir esto cuando van Stein le disparó un pistoletazo a boca de jarro y lo dejó muerto. Smiles y yo echamos a correr, temiendo que siguieran con nosotros.
Habían llegado Stein y María, seguidos del pobre pescador, el cual no alzaba los ojos del suelo, doblado el cuerpo con el peso del dolor. Este dolor le había envejecido más que los años y todas las borrascas del mar. Al llegar, se sentó en los escalones de la cruz de mármol. En cuanto a don Modesto, también había acudido, pero con la consternación pintada en el rostro.
Lo primero que hay que hacer dijo Stein es impedir que esta niña se exponga a la intemperie. ¿Lo estás oyendo? dijo a la niña su angustiado padre. Es preciso continuó Stein que gaste calzado y ropa de abrigo.
¡Infame! contestó María apretando los puños con rabia , me pones entre la espada y la pared. Una hora después de esta escena, María estaba medio recostada en un sofá; el duque, sentado cerca de ella; Stein en pie, tenía en sus manos las de su mujer, observando el estado del pulso. No es nada, María dijo Stein . No es nada, señor duque: un ataque de nervios que ya ha pasado.
Amo la ciencia que profeso, porque es grande y noble: su objeto es el alivio de nuestros semejantes; y el resultado es bello, aunque la tarea sea penosa. ¿Y os llamáis...? Fritz Stein respondió el alemán, incorporándose algún tanto sobre su asiento, y haciendo una ligera reverencia. Poco tiempo después, los dos nuevos amigos salieron.
Palabra del Dia
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