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Actualizado: 5 de junio de 2025


«Ello será de mal tono decía cosa de pobretes, pero todos mis convidados quedan contentos de tal servicio». «Porque tengo observado añadía que a las señoras no les gustan, por regla general, los criados; no se fijan en ellos, y a los hombres siempre les gustan las buenas mozas, aunque sea en la sopa». Paquito había acogido con entusiasmo la innovación de su mamá diciendo: «¡Eso es!

Entremeses, caldo de legumbres y verduras, sopa de almendras, huevos de primavera, lenguados con almejas, calamares en su tinta, pechugas de gallina, pichones al jerez, menestra de guisantes, gallina trufada, brazo de gitano, helado de almendra, postres variados, vinos, café y licores. Cuarto.

En vista de esto, le envié un plato de sopa caliente por la anciana señora Axford, nuestra cocinera, mientras su padre, después de lavarse las manos y arreglarse un poco, me acompañó al comedor.

Nosotros manifestó Isidora ahogada por la pena y el despecho no somos dignos... Vete, vete pronto. Te esperan. Ya han sacado la sopa de almendras. ¡Ay, chiquilla! ¡Cuánto más me gustan tus bellotas!... Pero no llores. De buena gana te acompañaría... Pero es tan tiránica la sociedad... Vete, vete... Mi hermano y yo cenamos solos. Ya ves... Estamos tan contentos... Mejor es así.

Tan pronto como desembarcamos y mientras los marineros encendían lumbre para guisar la sopa de peces, me llamó el patrón, y mostrándome una pequeña cerca de piedra blanca, perdida entre las brumas en el extremo de la isla, me dijo: ¿Quiere usted venir al cementerio? ¡Un cementerio, patrón Lionetti! Pues, ¿dónde nos encontramos? En las islas Lavezzi, señor.

Y la cocinera sirvió la sopa, como siempre... Mientras Juanillo tomaba unas pocas cucharadas, los curiosos se comunicaban sus impresiones: ¡Quién lo diría, al verlo tan flacuchín!... ¡Y la sopa no estaba en el programa!... ¡Ya tendría preparada una droga para evitar la indigestión!... Terminó Juanillo la sopa como si tal cosa.

Mi tía; especialmente, achacaba el suceso, en tono de resentimiento, á que no me gustaban los guisos que ella misma había hecho. Luego vi que era imposible persuadir á aquellas benditas almas de que puede un hombre hartarse una vez de sopa de fideos, de gallo en pepitoria y de arroz con leche.

Pero, de otro lado, nada se insinuaba en él que trascendiese a homme aux femmes ni a Periquito entre ellas. No delataba el aplomo del cura conquistador ni el hipócrita y meloso encogimiento del curilla faldero. Si acaso el favor de las damas le había encumbrado, sería, probablemente, sin él haberlo buscado con singular empeño. Así cavilaba yo, entre la sopa y el cocido.

Y yo de poseer todo eso de una manera tan extraordinaria como imprevista. ¡No nos lo imaginábamos! Ni lo soñábamos, Zuzie... Sabéis, señor cura, que ayer fue el cumpleaños de mi hermana... Pero primero, perdonad, señor... señor Juan, ¿no es así? , señorita, así es. ¡Pues bien, señor Juan, servidme un poco más de esta excelente sopa, os lo ruego!

Upa, upa dijo la niña al cabo de un rato de silencio, tendiendo a Miguel los brazos. No, no te levanto, que riñe mamá. ¡Valiente cosa me importa a que riña mamá! dijo la niña; esto es, debió decirlo; en realidad no hizo más que repetir con un gesto que no daba lugar a réplica: ¡Upa, upa! Miguel se sometió. Cuando la tomó en brazos hallose con que estaba hecha una sopa. ¡El maldito vaso!

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