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Cayó desplomada la hermosa doncella. Un grito de horror salió del pecho de cuantos la rodeaban. Algunos corrieron en persecución de los criminales, que huían por el monte arriba. Otros acudieron á socorrerla. Demetria se revolcaba en el suelo soltando torrentes de sangre que enrojecían el alabastro de su cuerpo y el verde de la pradera.

Sin duda él, al entrar, se había de poner alegre viendo las flores. Las flores le gustarían mucho. ¡Qué sorpresa tendría!... Esto pensaba ella. Decididamente era una tonta. El fanático llegó y se acercó á la mesa; pero al poner en ella su sombrero, chocó éste con el vaso, que cayó al suelo, soltando las flores y vertiendo el agua en las mismas piernas del realista.

¡Cómo enrojeció el borregote viéndola!... Al pasar ella por segunda vez, quedó como encantado, con una pierna de cordero en la diestra sin dársela á su panzudo patrón, que en vano la esperaba, y el cual, soltando un taco redondo, llegó á amenazarle con su cuchilla. La tarde fué triste.

Y él ¿qué dijo a eso? ¡Chica, no me acuerdo! manifestó Miguel soltando a reír. ¡Qué graciosa estás con eso de qué dijiste y qué dijo! Julia estaba tan interesada y pendiente del relato de su hermano, que no se había dado cuenta de aquellas repeticiones. Quedose un poco cortada; pero concluyó en seguida por reírse de misma. Mira el retrato de tío Joaquín dijo en voz alta.

¡Qué barbaridad! exclamó asustado, abriendo los ojos desmesuradamente. La dama le miró algunos segundos fijamente, con expresión escrutadora, maliciosa. Luego, soltando una sonora carcajada, exclamó: ¿Lo ves, infeliz, lo ves?... eres un señorito madrileño, un socio del Club de los Salvajes.... Ni yo, ni mujer ninguna te harían cambiar el frac y el chaleco blanco por el uniforme de presidiario.

¿Un burro, señorito? ¿Un burro precioso? ¿Un burro mejor que los caballos? ¿Vamos a Aldeaparda? ¿Vamos a la Erbeda? Acercose Baltasar a las niñas de corto, y dijo a Nisita: ¿Una vuelta por el campo? A la chiquilla se la encandilaron los ojos, y soltando la pelota, echó los brazos al teniente con sonrisa zalamera.

Se dió cuenta de que estaba sentado en un sillón, con las piernas extendidas. Luego se incorporó, soltando el brazo de madera, que dejó oir un nuevo quejido de quebrantamiento al verse libre de la desesperada opresión. Rápidamente fué reconociendo el verdadero aspecto de todo lo que le rodeaba. El sol rojo no era mas que una lámpara eléctrica de las que alumbran el puente de paseo de un paquebote.

Después de dar una vuelta por el cuarto de los niños para ver si estaban desabrigados o si Isabelita tenía pesadilla, Rosalía charlaba un poco con su marido, mientras iba soltando una por una sus galas, sus faldas y aquella máquina del corsé donde su carne, prisionera, reclamaba con muy visibles modos la libertad.

Al fin, muy quedo, con la sublime incoherencia del corazón, como un murmullo de celestial armonía, dejó caer en el oído de su amiga el himno del amor. Marta escuchaba. Trémula, confusa, escondía la cabeza en el pecho de su amado, soltando un raudal de lágrimas.

En esto el Serranito se había puesto en pie, sonrió forzadamente al público, como el gladiador que quiere morir con gracia, se llevó la mano al pecho y cayó de nuevo, soltando chorros de sangre por las heridas. Dos monos sabios lo recogieron y lo llevaron a la enfermería; otros corrieron en seguida a tapar la sangre con arena.