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Eran unos hombres que venían borrachos profiriendo horribles juramentos, atropellando y riendo desenfrenadamente como una turba de demonios regocijados. La joven sintió tal sobresalto, que no pudo permanecer allí un instante más y echó á correr con mucha ligereza.

Así, desde que Isidora parecía intranquila, D. José se levantaba diligente y acudía junto a ella. Las diez serían cuando Relimpio, que había descabezado un sueñecillo, despertó con sobresalto porque oyó la voz de Isidora. ¿Había alguien en la habitación? No, no había nadie. Isidora hablaba consigo misma.

Ya a esta sazón aclaraba el día; y, así por esto como por el ruido que don Quijote había hecho, estaban todos despiertos y se levantaban, especialmente doña Clara y Dorotea, que la una con sobresalto de tener tan cerca a su amante, y la otra con el deseo de verle, habían podido dormir bien mal aquella noche.

Doña Inés estaba furiosa contra el sapo y llena de miedo también de que, interviniendo el diablo, que todo lo añasca, pudiese conseguir el sapo su detestable propósito. La misma inocencia de Juanita y la libertad y el abandono en que vivía, sin el arrimo y el consejo que suele prestar la prudencia de una madre, aumentaban el sobresalto de doña Inés.

Experimentó cierto sobresalto al conocer la voz. Era «el amo», que acompañaba a unos forasteros. Con él estaba su primo Luis, un Dupont que siendo menor sólo en algunos años a don Pablo, le respetaba como a jefe de la familia, sin privarse por esto de darle grandes disgustos con su conducta desarreglada.

Por supuesto que el odio fue recíproco al instante, y que Miguel no perdonó medio humano de vejarle y tenerle en continuo sobresalto: cuando iba a pronunciar la palabra Psicología, nunca dejó en su vida de prepararse con cierta tosecilla, que hacía inmediatamente sonreír a los compañeros.

Al día siguiente el conde logró una entrevista con Amalia y le dio sus quejas por la escena de la noche anterior. La dama se manifestó amable, condescendiente, justificó su conducta por el bien de la niña. Luis observó, sin embargo, que hablaba de un modo particular: creyó percibir en la miel de sus palabras un dejo de amargura e ironía que le sobresaltó.

Sintió cómo el brazo de Ojeda se estremecía bajo su mano; cómo su cuerpo, pegado a ella en el ritmo de la marcha, parecía repelerla con sobresalto. No vayas a empezar como siempre, Fernando. Mira que no lo sufro... señor, te mantendré; será mi mayor gloria.

No sólo la golpeaba bárbaramente por los motivos más inocentes, y la pellizcaba y la mordía, sino que se gozaba en tenerla en continuo sobresalto bajo el temor de espantosos suplicios, en hacerle padecer de día y de noche.

Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que, aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó; y, temeroso, don Quijote quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de su estancia, y, dando de una parte a otra, parecía que una región de diablos andaba en ella.