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Su expresión habitual era soñadora y triste: algunas veces tenía un modo de dirigir una mirada ligera, de soslayo, sobre alguna persona que no le observaba a él, y, con una mirada tranquila y fija, parecía que mentalmente estaba midiendo el calibre de la persona que estaba ajena de ello. ¡Qué ojos tan tremendos tiene el señor Poe! me dijo una señora.

La conclusión de este meneo mental era que «aquí lo que hace falta es un hombre de riñones, un tío de mucho talento con cada riñón como la cúpula del Escorial». Su prisión por sospechas de conspiración acentuole la soberbia y la murria soñadora, revolviendo más al propio tiempo el pisto manchego de su programa político-social.

Salí al campo cantando una mañana, y vi sobre su alfombra una siembra de gotas cristalinas, de polícromas gotas. ¿Quién había llorado aquella noche? ¿Fueron, quizá, las sombras? ¿Fueron, quizá, los astros? ¿Fuera, quizá, la luna soñadora...? No , no quién fuera, pero lágrimas eran tales gotas; lágrimas transparentes y de luces radiantes como auroras...! Dicen que tienen alma las estrellas; mas, ¿por qué lloran?

De allí, , de allí venían aquellos lamentos que trastornaban el alma de la Delfina, produciéndole un dolor, una efusión de piedad que a nada pueden compararse. Todo lo que en ella existía de presunción materna, toda la ternura que los éxtasis de madre soñadora habían ido acumulando en su alma se hicieron fuerza activa para responder al miiiii subterráneo con otro miiii dicho a su manera.

El tal Condesito, porque es un Condesito, me tiene enamorada. El me quiere bien, me adula; eso , es un adulador y un embustero de primera fuerza; pero yo, si bien reconozco sus traidoras lisonjas y sus embustes, me dejo cautivar por ellos. Así es que somos excelentes amigos. »Inesita está siempre en Babia, soñadora y distraída, aunque bien de salud.

Luz era la flor; el amor de Ángel, es decir, Ángel entero y verdadero, el sol que la esponjaba; y el ambiente y la luz, los cuadros de humana realidad con que él iba despertando a la cándida soñadora de paraísos alegóricos.

La que pasó flotante por las páginas de la picaresca del Siglo de Oro; la que vemos hoy en las solanas, a la puerta de los cuarteles, o, como una visión goyesca, en las escalerillas de Cuchilleros, mientras suenan cantarinas las fuentecillas de la Plaza Mayor. Debajo de tus harapos hay un jirón del alma española, aventurera y andariega, castiza y soñadora.

Juan la estrujó contra sus labios en silencio, lloró sobre ella, y devolviéndosela al ministro de Dios, repuso amargamente: ¡No me han enseñado! ¡No ! En una extensa planicie formada por tierras de panllevar, estaba la casa solariega de los Niharra, donde descuidada del mundo, cuidadosa de su hacienda y soñadora con sus recuerdos, vivía doña Inés, a quien en los contornos apellidaban la Santa.

De esta suerte vivían hija y padre, don Gaspar con el pensamiento puesto en ella, y Helena dejando volar su imaginación entre resignada y soñadora, cuando durante un otoño comenzó la muchacha a sufrir tal cambio en su manera de ser, que no pudo quedar oculto a quien vivía continuamente observándola para ahuyentarle penas y procurarle venturas.

Quiero decir, antes que nos extraviemos entre sutiles metafísicas, que aún me parecen más inextricables que los laberintos de la botánica, que Luz, con su equilibrio de agentes íntimos, no era un reló que andaba bien, ni una soñadora que bebía vinagre y suspiraba por «el reposo de la tumba», sino una mujer de carne y hueso, con muy pocas ambiciones y muy apaciguados deseos; porque había en los ojos de su imaginación unas lentes que le presentaban los objetos exteriores con un colorido sumamente dulce y a una luz suave y tranquila, como la de un crepúsculo de otoño.