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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Entonces los demás sitiados se irritaban contra la pobre niña, gritando, llenos de indignación, que quería burlarse de ellos y que mirase bien lo que hacía. Sólo Jerónimo permanecía en completa calma; pero la gran cantidad de nieve que había bebido para apagar el ardor de sus entrañas inundaba su cuerpo y su demacrado rostro de un sudor frío.
De pronto, como si se le ocurriese una idea súbita, exclamó: ¡Amigos míos, armad vuestras carabinas!... ¡Fuego sobre ese tabique! Lo que había decidido sobre todo a Santiago a esta maniobra, es que encontrándose necesariamente detrás de su tropa, se vería libre del primer choque de la salida que podrían intentar los sitiados. ¡Fuego! ¡y que el Cielo nos ayude! repitió empujando a su pelotón.
Otro aviso bien dirigido llegaba entre tanto á los de Espejo. Pujante fué la acometida: valerosa, heróica la resistencia. La presencia del señor de Montemayor engrandecia los corazones y comunicaba á los sitiados sobrenatural aliento.
No obstante, seguían tenaces en el bosque, disparando de cuando en cuando alguna que otra flecha. Al caer la tarde, los pobres sitiados experimentaban ya las torturas del hambre y sobre todo de la sed. Desde la mañana sólo habían comido aquellas galletas, y desde la noche anterior no bebían un solo trago de agua.
Ninguno de ellos se quejaba, y hasta Hans, que era el más joven de todos, había resistido heroicamente, aunque tenía ya la garganta seca y la lengua hinchada. La brisa de la noche tonificó algo a los sitiados; pero tal consuelo era bien escaso; y si el asedio seguía, no podrían resistir otras veinticuatro horas de ayuno.
Los demás, sentados alrededor de los jefes, con el oído atento y las manos en el borde de la peña, miraban al abismo. Las descargas continuaban con gran viveza, lo que revelaba el encarnizamiento de la batalla; pero era imposible ver nada. ¡Oh! ¡Cómo hubieran querido los pobres sitiados tomar parte en aquella lucha suprema! ¡Con qué ardor se hubieran precipitado al combate!
El joven Pedro Guzmán, que le acompaña, ignorando sus planes, reprueba, después de conocerlos, su traidora conducta con frases enérgicas, é intenta abandonarlo; pero Don Enrique lo detiene á la fuerza, lo carga de cadenas y lo entrega á los moros. El Infante proyecta obligar á los sitiados á rendirse, valiéndose del mancebo cautivo.
Los oficiales y tropa, estaban sometidos a ración de carne de caballo, y sobrándoles el oro a los sitiados, pagaban a precios fabulosos un panecillo o una fruta. El marqués de Torre-Tagle, moribundo ya del escorbuto, consiguió tres limones ceutíes en cambio de otros tantos platillos de oro macizo, y llegó época en que se vendieron ratas como manjar delicioso.
Señores dijo en grave y enronquecida voz Ramón Limioso : Es siquiera una mala vergüenza que esos pillos nos tengan aquí sitiados.... Me dan ganas de salir y pegarles una corrida, que no paren hasta el Ayuntamiento. Hombre gruñó el abad de Boán , usted poco habla, pero bueno. Vamos a meterles miedo, ¡quoniam! Estornudando solamente, espanto yo media docena de esos pellejones.
El paisaje parecía transformado como por arte de magia. Pasó sin atención la vista por el valle y resumió el presente y el porvenir en cuatro palabras: Sitiados por la nieve.
Palabra del Dia
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