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Apenas hubo terminado el combate, cerca de las ocho, Marcos Divès, Gaspar y unos treinta guerrilleros subieron al Falkenstein con banastas llenas de víveres. ¡Qué espectáculo les esperaba allí! Todos los sitiados, tendidos en el suelo, parecían muertos. Por mucho que se les sacudía, por muy fuerte que se les gritaba en los oídos: «¡Juan Claudio!... ¡Catalina!... ¡Jerónimo!», no respondían.

Ibanse estos en efecto con sus talegas y báculos, precedidos de un religioso con la cruz cubierta de negro, cantando el salmo In exitu Israel; y era el motivo que el corregidor Hernan Duque de Estrada, llevado de la ojeriza y mala voluntad que les tenia, por haber castigado con demasiado rigor á un sobrino suyo fraile de la misma órden, habia mandado no se les vendiesen los comestibles necesarios: de manera que sitiados por hambre los buenos frailes no tenian mas arbitrio que abandonar la ciudad.

La torre tembló y quedó cuarteada, amenazando desplomarse de un momento á otro. Los sitiados, pálidos y mudos de terror, se asieron al parapeto y contemplaron los estragos de la explosión.

Los sitiados, casi en fuga, se retiraban al fuerte, y ya Jorge Brito y Morsamor tenían la esperanza de tomarle por asalto cuando el propio rey de Achin llegó en defensa del fuerte con más de dos mil infantes, con algunos caballos y con seis elefantes poderosos adiestrados para la lucha, defendidos por muy firmes corazas y dirigidos por cornacas hábiles y denodados.

En el intervalo de estos sucesos, los moros recomienzan la guerra contra los cristianos con nuevos bríos, y concentran todas sus fuerzas sobre Tarifa para rendirla. Guzmán logra penetrar en la ciudad y promover el entusiasmo de los sitiados.

Los sitiados se miraron con terror y, con la prontitud de un general, el joyero Simoun acudió: El remedio es muy sencillo, dijo con un acento raro, mezcla de inglés y americano del Sur; y yo verdaderamente no cómo no se le ha ocurrido á nadie. Todos se volvieron prestándole la mayor atencion, incluso el dominico.

El hambre diezmaba á los sitiados que se contemplaban unos á otros silenciosamente, y en sus rostros escuálidos se veia escrita la terrible sentencia: ó entregarse ó morir. Una mujer recorre las murallas. Que me sigan doce guerreros de vosotros, grita, y doce guerreros la siguen. Aquella mujer encuentra víveres en las ciudades de Arsi y de Troyes, y Meroveo no tomó á Paris. Pasan cuatro siglos.

Pero las pérdidas de los sitiados eran irreparables, al paso que los castellanos tenían escuadrones y compañías enteras de reserva en el valle, imposibilitados unos y otras de tomar parte en la lucha hasta entonces por las condiciones del terreno.

Animado por la mirada interrogante del doctor, siguió hablando: ¿Ve usted dónde hemos dejado la cárcel? Pues poco más ó menos ahí estaba la línea entre sitiados y sitiadores. Nos fusilábamos de cerca, viéndonos las caras, y por las noches charlaban amigablemente los centinelas de una y otra parte: cambiaban cigarros y se ofrecían lumbre... para matarse si era preciso al amanecer.

A lo lejos, hacia el río, se habían oído gritos, que se hacían cada vez más fuertes. ¿Qué ocurría al otro lado de la selva? Algo muy grave, sin duda, pues los sitiados vieron a sus enemigos volverse en tropel al bosque y huir como gamos hacia el Este. ¡Se van! exclamó Cornelio, admirado. Déjalos ir gritó el Capitán . Y bajemos, que la choza se va a desplomar sobre nosotros.