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Quiero decir, Sancho, que el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera. ¿Quién piensas que arrojó a Horacio del puente abajo, armado de todas armas, en la profundidad del Tibre? ¿Quién abrasó el brazo y la mano a Mucio? ¿Quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma? ¿Quién, contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César?

Despues de merendar, mientras merendaban los criados, apartáronse el padre, la hija y sus dos hermanos, fingiendo ellos ir divertidos con varias razones, y al llegar á la Sima dió uno de ellos un empellon á la desgraciada mujer y la echó dentro. Hecho esto se volvieron, y emprendieron el viaje de retorno para su tierra, muy satisfechos de haber dejado sepultada en la Sima la causa de su deshonra.

Y aun hay un autor secreto, y de no poco crédito, que dice que, habiendo cogido al Caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundió debajo de los pies, en un cierto castillo, y al caer, se halló en una honda sima debajo de tierra, atado de pies y manos, y allí le echaron una destas que llaman melecinas, de agua de nieve y arena, de lo que llegó muy al cabo; y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero.

16 De lo postrero de la tierra oímos salmos: Gloria al justo. Prevaricadores han prevaricado; y han prevaricado con prevaricación de desleales. 17 Terror, sima y lazo sobre ti, oh morador de la tierra.

Un marino que se dejó engañar, dice: «Vime como en la sima de un enorme cráter de volcán; á nuestro alrededor nada más que tinieblas, arriba un rayo de luzEs lo que se llama en términos técnicos: el ojo de la tempestad. Una vez metido en la empresa, no es posible volverse atrás; no podéis desasiros.

Esto es lo que hay en substancia, Leto le dijo don Claudio en conclusión . No si refiriéndoselo a usted como se lo he referido, falto o no falto a la confianza depositada en por don Alejandro; pero que no es usted hombre que se conforma con parvidades en tragos de esta naturaleza; y, sobre todo, que en ninguna sima más honda, ni en arca mejor cerrada que usted, puede guardarse este secreto.

El general había pedido voluntarios; y como el coronel del batallón de Pepe fuese el primero en ofrecerse con su gente, se le confió la operación, lanzándose las compañías al peligro, con sus jefes al frente, sin que la artillería dejara de hostilizar el reducto próximo a la sima.

Durante la lectura de las últimas páginas de La sima nos forjamos por algunos momentos la grata ilusión de que Ramona, en medio de su abandono, iba a hallar un noble valedor en el torero: alguien que la protegiese sin exigirle brutalmente la paga; pero, como ya queda indicado, esta ilusión se desvanece pronto. El torero no es mejor que los demás seres de nuestra especie.

Miró y no vio nada en la negra boca. Oía, , los gruñidos de Choto que corría por la vertiente en derredor, describiendo espirales, cual si le arrastrara un líquido tragado por la espantosa sima. Trató de bajar Teodoro y dio algunos pasos cautelosamente. Volvió a gritar, y una voz le contestó desde abajo: Señor.... Sube al momento. No recibió contestación. ¡Que subas!

En el caso de La sima, la docilidad de Ramona raya en tontería y en poco verosímil debilidad de carácter; pero menos verosímil es aún que D. Felipe, padre de ella, que debía de ser muy experto en crematística, no prevea la ruina de su yerno, y, por consiguiente, de su hija, y no procure evitarla. La única que lo procura es la madre, y la madre muere de un sofocón.