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Detuve el movimiento a la Giralda, pesé los Toros de Guisando, despeñéme en la sima y saqué a luz lo escondido de su abismo, y mis esperanzas, muertas que muertas, y sus mandamientos y desdenes, vivos que vivos.

En esto, descubrió a un lado de la sima un agujero, capaz de caber por él una persona, si se agobiaba y encogía. Acudió a él Sancho Panza, y, agazapándose, se entró por él y vio que por de dentro era espacioso y largo, y púdolo ver, porque por lo que se podía llamar techo entraba un rayo de sol que lo descubría todo.

Así como todo lector cándido y crédulo podrá inferir después de leer La sima que es una abominable patulea la mayoría de los seres humanos, la lectura de otra flamante novela que tengo sobre mi mesa, y cuyo título es Nieve y cieno, puede inducir en error menos cruel, pero no menos evidente. ¿Es verosímil, es frecuente en la vida real que haya un gran conjunto de hombres y de mujeres apacibles, sencillos, virtuosos y buenos a carta cabal, los cuales vivirían feliz y honradamente en un perpetuo y almibarado idilio, si no hubiese un tirano que les impusiese su yugo, que los tratase a puntapiés y que los dominase a su antojo, como fiero y rústico pastor a rebaño manso e inerme.

Alma, escuda con la malla milagrosa de la rima el dolor y el desaliento que florecen en tu sima cuando evoca la tristeza la visión de la contienda, y fecundo rompa el brote vigoroso del ensueño con la gloria fulgurante del audaz y heroico empeño 5 y el fugaz deslumbramiento de la trágica leyenda.

Era de estos vascos que dejan todo su lastre de intolerancia y de fanatismo al pisar el primer barco. Había echado la sonda en la sima de la estupidez y de la maldad humanas y sabía a qué atenerse. Mi abuela no se entendía bien con él y arrastraba a su hija, a mi madre, a ponerse en contra de su marido. Sin duda el instinto de suegra le cegaba.

Uno se encontró en una trinchera un morralillo con un cantero de pan y medio chorizo envuelto en una carta. Por último, subieron todos hasta el reducto inmediato al precipicio, y con grande algazara inventaron otro juego. Reunidos en grupos, empezaron a tirar cantos a la sima.

Habría tenido sus pasiones como todos; en ciertos momentos se escapaba a través de su exterior inmutable y tranquilo un arranque de vehemencia. Sus ardores de poeta perdido en la política delatábanse algunas veces, como esos volcanes ocultos bajo una sima de nieve se revelan con lejano trueno.

Era un vecino, sin duda, puesto que venía con cilíndrico gorrete de andar por casa, muy cochambroso por cierto; nariz minúscula y erisipelosa; antiparras cuadradas; color amarilla; boca circular, desdentada, negra, honda como una sima.

No se oían más ruidos que el rápido rozar del viento contra los penachos de los maizales, y a ratos sonar estridente de cornetas lejanas. Como a un cuarto de legua detrás del pueblo se erguía Monte-Dalarza, impracticable a la derecha por una serie de ásperos peñascales y cortado a la izquierda por un tajo, con honores de sima, que lo separaba del resto de la sierra.

Estaba á gran altura, en la región de aves y nubes, entre dos abismos; á un lado está la negra sima de la torre; al otro la profundidad luminosa de las rocas y las vertientes alumbradas por el sol. El promontorio que sostiene el torreón parece otra torre de muchos centenares de metros de elevación. Y el río que serpentea en torno á su base no parece más que su foso de defensa.