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Actualizado: 16 de junio de 2025


Lucía dejó pender ambos brazos sobre los del sillón; sus dedos, aflojándose, soltaron la copa, que rodó al suelo, quebrándose con cristalino retintín en el bronce del guardafuego. Riose la niña de la fractura, y, entreabiertos los ojos y clavados en el techo, se sintió anonadada, invadida por un sopor, un recogimiento profundo de todo su ser.

Un sillón de junco, que era el preferido por Celinda, estaba volcado en el suelo. Se fijó también en el tapete de la gran mesa, que parecía haber sufrido un rudo tirón y estaba igualmente en el suelo, con todos los papeles y los objetos que descansaban sobre él ordinariamente revueltos ó rotos.

, yo soy Amparo me contestó dominándose y sonriendo tristemente; yo soy su protegida de usted. Y calló, me indicó el sofá, y fue a sentarse junto a él en un sillón. Seguimos guardando silencio por algún tiempo. Yo la contemplaba con asombro. Quisiera poder describirla. Pero es imposible.

El Magistral no se sentó en el sillón de la presidencia.

Sentada en un sillón de brazos, había levantado la cabeza al sonar el pestillo y la puerta que se abría, había visto que la volvía á cerrar quien había entrado, había reconocido al punto al Comendador, y aun casi inmóvil, silenciosa, le miraba de hito en hito, sospechaba si estaría soñando, y apenas si se atrevía á dar crédito á sus ojos. El Comendador se adelantó lentamente dos ó tres pasos.

»Hoy ha sido el primer día en que Magdalena, ha podido al fin abandonar el lecho; su padre la ha trasladado desde su cama a un sillón preparado ex profeso junto a la ventana, y tan débil está aún que se habría desmayado en el camino si la señora Braun no le hubiera dado a respirar un frasco de esencias.

¡Y no les diste una bofetada! exclamó D.ª María, clavando sus dedos en el cuero del sillón. ¡Quía! Me eché a reír y les dije que ya pensaba ir a Francia con el Sr. de Santorcaz, que es mi amigo y ha de ser mi maestro cuando me case.

Y con esta vana y áspera insolencia se dejó caer en el sillón y colocó sus pies sobre el enrejado de la chimenea, asumiendo una actitud indolente y encendiendo tranquilamente un cigarro ordinario y de desagradable olor. No tema, será uno solo el que saldrá perdiendo respondí significativamente. Y ese será usted. Está bien exclamó, ya veremos.

Y don Santiago se reía como unas castañuelas, porque era así. Estaba embutido en su sillón, con la pierna derecha entrapajada por la rodilla y descansando sobre una banqueta.

Después me he dejado caer en un sillón y he cubierto mis ojos con una mano, temblando de impaciencia por saber lo que ella contestaría. Mientras tanto, Adela se había arrojado a las rodillas de la priora que regaba con sus lágrimas. «Perdone usted que me haya atrevido a servirme de su nombre.

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