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Actualizado: 16 de junio de 2025


Todas las niñas tienen algo de usted: una postal, un verso lindo en el abanico. Y yo no tengo nada... Diga, señor, ¿es que le soy antipática? Mientras hablaba se había sentado en un sillón al lado de Fernando. Al principio mantúvose erguida; pero lentamente se recostó, hasta quedar con las piernas horizontales, mostrando su adorable bulto a través de la angosta falda.

Balbució algunas palabras ininteligibles y se dejó caer pesadamente en un sillón. La señora Chermidy fue a sentarse a su lado. ¡Buenos días, señor duque! exclamó . Buenos días, y adiós. El duque palideció y repitió estúpidamente: ¿Adiós? , adiós. ¿No me pregunta usted a dónde voy? . Pues bien, esté satisfecho. Voy a Corfú. A propósito dijo él . Creo que mi hija ha muerto.

Sentose en un sillón junto a la mesa, y cruzando las manos empezó a llorar y a rezar, derramando su vista por todos los objetos de la estancia, los muebles y cortinas, y fijándola en algunos con la saña que a veces emplea contra misma el alma dolorida.

«Comprendo prosiguió el buen sacerdote enderezando su cuerpo y aproximando el sillón para tocar con su mano el brazo de Doña Francisca , comprendo su trastorno... No se pasa bruscamente del infortunio al bienestar, sin sentir una fuerte sacudida.

Al fin la dama se detuvo en una cámara más pequeña. Sobre una mesa había un candelero de plata con una bujía, única luz que iluminaba la cámara, y junto á la mesa un sillón de terciopelo. Sin duda que comprendéis por qué os he llamado dijo con severidad la dama.

Con presteza metódica se puso a trabajar en la cocina, en compañía de su ama, que también estaba risueña y gozosa. «¿Sabes lo que me ha pasado dijo a Benina en el rato que has estado fuera? Pues me quedé dormidita en el sillón, y soñé que entraban en casa dos señores graves, vestidos de negro.

Columpiábame en mi mullido sillón, de estos que dan vuelta sobre su eje, los cuales son especialmente de mi gusto por asemejarse en cierto modo a muchas gentes que conozco, y me hallaba en la mayor perplejidad sin saber cuál de mis numerosas apuntaciones elegiría para un artículo que me correspondía ingerir aquel día en la Revista.

Uno que hacía suertes de gimnasia con un sillón lo dejó caer sobre la cabeza de su compañero. Le limpiamos la sangre y luego se dieron la mano los dos. Total, nada.

Sentada en el sillón, con su tabaquera abierta en la mano derecha, y los dedos de la izquierda en ademán de tomar unos polvos, hallábase la prócer figura del Cardenal de Portinaris. No esperaba veros más, dijo lentamente. Creí que habíais muerto, sobrino.

Apareció Nélida en la puerta del fumadero, mirando hacia el lugar donde estaban los dos amigos. Al ver a Ojeda inmóvil en su sillón, movió la cabeza con gesto aprobativo. Muy bien. Así le quería: obediente. Mientras ella se aproximaba, Isidro se marchó. Hasta luego... Comprendo que estorbo. ¡Buena suerte!

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