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Actualizado: 8 de junio de 2025
¿No? preguntó de nuevo, intentando darme otro. No repuse con firmeza, levantándome y echando a correr por el bosque. Ella me siguió; jugamos un rato al escondite entre los árboles. A cada instante me preguntaba: «¿No?» «No», respondía yo, cada vez con más decisión. Observé que se iba impacientando y que su voz estaba ya alterada. Por fin se quedó inmóvil y silenciosa.
Doña Blanca siguió silenciosa, lanzó una mirada al Comendador, entre iracunda y despreciativa, y se dejó caer de nuevo en el sillón, como aplanada. Entonces se sentó el Comendador en una silla, y prosiguió hablando. Mi resolución dijo, es irrevocable.
¿Quién sabe los extraños y tristes pensamientos que atormentaban a doña Luz, cuando entró en el cuarto donde el padre estaba en cama; en el cuarto mismo que ella había ocupado hasta que se casó y donde había dormido durante más de doce años? Silenciosa y grave llegó doña Luz hasta la cabecera.
El balcón abierto; las llanuras adormecidas; la selva silenciosa; el cielo límpido y puro, sin nubes ni celajes; la luna a la mitad de su carrera; el piano derramando a torrentes la música de los grandes maestros; la belleza y la juventud rindiendo culto al arte, y en mi alma la dulce alegría de quien ama y es amado, el enjambre cerúleo de las más risueñas esperanzas....
En aquel momento mi corazon se apretó dolorosamente; un suspiro profundo me arrancó de mi contemplacion detras de los timoneros del vapor, y sentí que una lágrima ardiente me quemaba la cara.... Esa era mi despedida, mi silenciosa invocacion á la patria. Alcé los ojos al cielo, y ví que el pabellon británico flotaba sobre mi cabeza.
Pero Margalida permanecía silenciosa, descoloridos sus labios, pálidas las mejillas con una blancura lívida, moviendo los párpados para esconder tras el enrejado de las pestañas la humedad lacrimosa de sus ojos. Iba a llorar. Se adivinaban sus esfuerzos para contener el llanto: respiraba con angustia.
La luna reflejaba su cara bonachona en el cristal azul del agua que transcurría silenciosa. Los dos huyeron de la luz. Querían descansar; sentíanse sin fuerzas para seguir adelante, y se detuvieron junto a un desmonte, ocultándose en la sombra que proyectaba la masa de tierra. Sonaron en la penumbra suaves chasquidos, apagadas voces de protesta. Feli hablaba quedamente, con llorosa voz.
Siguió llorando cuando el oficial se desprendió de él con rudo empujón... necesitaba desahogarse después de tantos días de angustia silenciosa: ¡Viva Francia! Los suyos estaban ya en la entrada del parque. Corrían con la bayoneta por delante en seguimiento de los últimos restos del batallón alemán que escapaba hacia el pueblo. Un grupo de jinetes pasó por el camino.
Por fin habló don Luis. Al cabo de muchos años de silenciosa vida parlamentaria, el Diario de Sesiones imprimió su nombre, no sólo en el tipo común empleado para las votaciones, sino también en letras negrillas que saltaban a la vista, diciendo: EL SE
¡Ay, hija... ni que fuas Cánovas!». Más adentro, como a la mitad del pasadizo, a la izquierda, había otro grupo, compuesto de un ciego, sentado; una mujer, también sentada, con dos niñas pequeñuelas, y junto a ella, en pie, silenciosa y rígida, una vieja con traje y manto negros.
Palabra del Dia
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