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Actualizado: 30 de abril de 2025
8 Lo cual viendo Simón Pedro, se derribó de rodillas a Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. 10 y asimismo a Jacobo y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora tomarás hombres. 11 Y como llegaron a tierra los barcos, dejándolo todo, le siguieron.
Los viejos siguieron su paseo, haciendo interminables comentarios e infinitas hipótesis acerca de aquella visita inesperada. María continuó obstinadamente pegada a los cristales del balcón, velada a los ojos de sus amigos por las grandes cortinas de damasco.
Sintió dolor en las manos á causa de la tenacidad con que estaban agarradas al objeto providencial que le había servido de punto de apoyo en su agonía de náufrago. Los ojos de Gillespie, todavía mal abiertos, siguieron la longitud de uno de sus brazos, en busca de las manos, para encontrarlas al fin agarradas á una madera de color de manteca, pulida y brillante.
Pronto el rumor de la desgracia ocurrida habíase extendido por la ciudad, y las gentes madrugadoras, o sea las sirvientes y las mujeres devotas que salían del templo, la siguieron llorando y rezando en voz alta hasta la puerta de su casa.
Sentía él extrañas aprensiones, desfallecimientos, a veces verdaderas alucinaciones; ella tenía el sistema nervioso perfectamente equilibrado. Era sana y maciza; él, enfermizo y lacio. En los meses que siguieron a la muerte de la madre, Raimundo, sacando fuerzas de flaqueza con la idea de proteger a su hermana, se había mostrado más resuelto y varonil.
Procedió con lenta gravedad á lo más delicado de su ministerio: cargar las pistolas. Los dos capitanes siguieron con mirada curiosa esta operación desconocida por ellos, á pesar de que se imaginaban haber visto tanto.
Sácame de aquí, amigo, así te dé Dios todos los reinos de la tierra y del mar; sácame ó me muero en esta podredumbre.» El geniecillo la levantó con rapidez á grandísima altura, y allá arriba se ahuecó toda, llena de contento, para purificarse y orear su cuerpo. Apartó la vista del palacio y de la ciudad, y ambos siguieron luego su camino sin saber a dónde iban.
Hubo momentos en que con el grande estrépito de arriba, parecía que retemblaba el techo de la sala, y que la pobre muerta se estremecía en su caja azul, y que las luces todas oscilaban, cual si, á su manera, quisieran dar á entender también que estaban algo peneques. Las luces siguieron oscilando y moviéndose mucho, á pesar de que no entraba aire en la habitación.
Los del guardacostas no nos vieron o creyeron que se trataba de un bote abandonado, y siguieron adelante. Yo tenía un plano hecho por mí de memoria, recordando el que había en el cuerpo de guardia de los oficiales del pontón. No podíamos encontrar pueblo alguno hasta recorrer por lo menos cinco o seis millas.
El abuelo hacía mención especial de él, legándole un campo «para que atendiera á sus gastos particulares, supliendo lo que no le diese su padre». ¡Pero eso representa centenares de miles de pesos! protestó Karl, que se había hecho más exigente al convencerse de que su esposa no estaba olvidada en el testamento. Los días que siguieron á esta lectura resultaron penosos para la familia.
Palabra del Dia
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