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Actualizado: 5 de julio de 2025


En los ventorrillos de la campiña, en las chozas de carboneros de la sierra, en todas partes donde se juntaban hombres para beber, él lo pagaba todo con largueza. En las tabernas de Jerez organizaba juergas de estruendo, abrumando con su generosidad a los señoritos.

De los nuestros quedaron mal heridos Algunos, pero pocos de esta guerra: Los indios á gran priesa son metidos Por la espesura grande de la sierra. De á pocos dias fueron descendidos, Bajando el capitan á ver la tierra; Y á quince que en el fuerte se quedaron, Las cabras, como dice, acorralaron.

El humo se esparcía delante del paisaje ocultándolo por momentos. El sol moría a lo lejos entre resplandores carmesíes. Una dulce serenidad se desprendía del cielo pálido. Reynoso dejó el rincón y puso su rostro enardecido al golpe violento de la brisa que se iba haciendo más fresca según se aproximaban a la sierra.

La cabeza de Marcos Divès, con su ancho sombrero de fieltro, rígido por el frío, se inclinó en la sombra. ¿Qué hay, Marcos? ¿Qué noticias? ¿Has avisado a los de la sierra, a Materne, a Jerónimo, a Labarbe? , a todos. Pues no hay tiempo que perder; el enemigo ha pasado. ¿Ha pasado? ..., en toda la línea... He recorrido quince leguas por la nieve, desde esta mañana, para decírtelo. ¡Bien!

La gran carretera que comunica á Madrid con las provincias situadas al occidente-norte de la Sierra de Guadarrama, baja por el pié del Palacio-Real, monumento que, si de cerca no me pareció de mucho gusto, tiene de léjos una majestad incuestionable.

Pero el castellano irritado se apresta brioso á castigar el infame perjurio de Ben-Ganyah; muchos príncipes de la cristiandad, muchos condes y señores se le agrupan en torno: sus huestes cubren la campiña; el fragor de sus armas atruena la vecina sierra. El musulman por su parte llama en su auxilio á los fanáticos y furibundos Almohades. Capítulo cuarto. Panorama de Córdoba en su estado actual.

El mozo aún conservaba sus amistades con los antiguos camaradas de contrabando, y él le llevaría por los senderos extraviados de la sierra hasta Gibraltar. Allí podía embarcarse para cualquier punto: el mundo es grande.

Pues yo te las daré con una vara de acebuche, ¿estás, mal mandado? dijo su padre. Momo, renegando del tío Pedro y de su casta emprendió su viaje, y uniéndose a los arrieros de la sierra de Aracena que venían a Villamar por pescado, llegó a Valverde, y de allí pasando por Aracena, la Oliva y Barcarrota, a Badajoz, por el cual pasa la antigua carretera de Madrid a Andalucía.

Zarandilla descolgaba la escopeta del arzón, arma que más de una vez tenía que echarse a la cara el aperador para imponer respeto a los arrieros que bajaban carbón de la sierra y al detenerse al borde del camino, soltaban a pacer sus bestias en los manchones, tierras sin cultivar reservadas para el ganado del cortijo cuando no estaba en la dehesa.

Bueno, pues antes de llegar a ella hay una casa en construcción... Está concluida la obra de fábrica y ahora están armando una chimenea muy larga, porque va a ser sierra mecánica... ¿Se va usted enterando? No tiene pérdida. Pues entra usted y pregunta por el guarda de la obra, que se llama Pacheco... lo mismito que yo.

Palabra del Dia

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