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El suceso, en que se funda el drama Juan Pascual, se cuenta en los Anales de Sevilla, de Zúñiga, del año 1354, tomo II, pág. 136. Si La Hoz, como Baena dice, nació efectivamente en 1620, debió alcanzar una edad muy avanzada, porque un autógrafo suyo de la Biblioteca del duque de Osuna, El deseado príncipe de Asturias, lleva la fecha de 1708.

Era aquella la primera función teatral á que José asistía en Sevilla, y á su entrada y salida del coliseo, fué vitoreado por diversos grupos de afrancesados que le siguieron hasta su regreso al Alcázar.

Así se leen en el Discurso de la Comunidad de Sevilla estas noticias, extractadas por don Joaquín Guichot en la siguiente forma: «Un llamado Antón Sánchez, de oficio carpintero y vecino de la misma Feria, se hizo cabeza de motín; y con otros sus iguales formó una Junta, y ésta convocó, para hacer la demanda en común, á los vecinos de las collaciones de San Gil, San Martín y otras.

Esotra le dijo que no sabría mirar lo que ella con su zapato representaba , respondiéndole esotra que de cuándo acá tenía tanta soberbia, sabiendo que en Sevilla le prestó hasta las enaguas para hacer el papel de Dido en la gran comedia de don Guillén de Castro, echando a perder la comedia y haciendo que silbasen la compañía. eres la silbada dijo esotra , y tu ánima .

Decían unas veces que estaba en Cádiz, otras que en Sevilla, vagando por aquella tierra andaluza, que guardaba con los recuerdos de sus heroísmos y sus generosidades, los restos del único ser cuyo amor había endulzado su existencia. No podía vivir en Jerez. Los poderosos le miraban con ojos de reto, como si fuesen a arrojarse sobre él; los pobres le huían, evitando su trato. Transcurrió otro mes.

En Toledo faltan absolutamente en las clases inferiores esos atavíos pintorescos, de colores vivos y cortes caprichosos, que se ven en Valencia, en Sevilla y otras poblaciones ménos impregnadas de los usos castellanos.

El mismo alcázar de Sevilla, más que moro, es mudejar, y honra más el buen gusto del caprichoso y popular tirano D. Pedro de Castilla, que la elegancia del rey poeta Almotamid, ó la magnificencia de su tremendo padre, que adornaba sus jardines y las puertas de su alcázar con las cortadas cabezas de sus enemigos.

Cortés y mesurado en sus palabras, gallardo en sus ademanes, parco en el sonreír, el marqués de Moraima era un gran señor de otros tiempos, vestido casi siempre con traje de caballista, enemigo de la vida urbana, molesto por las exigencias sociales de su familia cuando éstas le retenían en Sevilla, y ansioso de correr al campo entre mayorales y vaqueros, a los que trataba con una llaneza de camaradas.

Sus más remotos ascendientes habían llegado a Sevilla con el monarca que expulsó a los moros, recibiendo como premio de sus hazañas inmensos territorios quitados al enemigo, restos de los cuales eran las vastas llanuras en las que pacían actualmente los toros del marqués.

Ese pensamiento fundamental es la muletilla de hombre despreocupado, que ve la muerte lejos, muy semejante al famoso Tan largo me lo fiáis de El Burlador de Sevilla, de que habla el señor Marqués, y expresada por Lope en La fianza, de esta manera: Que lo pague Dios por Y pídamelo después.