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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Una sola palabra, y los dos seríamos hombres ricos exclamé con pena, contemplando la cara pálida del muerto, con sus ojos cerrados y su barba afeitada, que yacía sobre la almohada. Desde un principio su intención fue ocultar su secreto observó, cruzando los brazos, mi amigo Reginaldo Seton, que estaba de pie al otro lado de la cama.

Es posible que este hombre esté en posesión de algún secreto deshonroso del muerto, cuyo conocimiento, si se hiciera público, podría dar por resultado el descrédito de Mabel y su expulsión de la buena sociedad. Seton gruñó, se recostó en el respaldo de su silla y quedó contemplando el fuego pensativamente. ¡Por Job! exclamó, después de una breve pausa. ¿Si será eso así?

Y me puso ante los ojos dos retratos. Uno de ellos me era completamente desconocido, pero el otro lo reconocí en el acto. Este es mi viejo amigo Reginaldo Seton exclamé, que también era amigo de Blair. No declaró el monje, en un tono duro y significativo, no su amigo, señor... su más terrible enemigo.

Nos habíamos reunido todos después de la comida y mi pobre padre recordó la vez aquella en que también allí mismo nos habíamos congregado con otro objeto, cuando me enfermé en el camino y fui traída a la casa de ustedes. ¿Y no recuerda que el señor Seton pareció poner en duda la afirmación de mi padre, que declaró tener ya una fortuna de cincuenta mil libras?

Al cabo de ese tiempo volvió rico; tan rico, que usted y el señor Seton se quedaron enteramente confundidos. ¿No recuerda usted esa noche que estábamos en Helpstone, cuando salí por una semana de la escuela para estar con mi padre, porque acababa de volver de su viaje?

Después que le hube explicado, todo lo mejor que pude, me dijo: Lo único que puedo decirle, mi querido amigo, es que ha estado tan cerca de la muerte como ninguna otra persona que yo haya asistido. Ha sido el suyo un caso de los más expuestos que pueden darse. Cuando Seton me llamó la primera vez y lo vi, creí que todo había terminado.

A las dos de la mañana del día siguiente, Blair, que no había dado su nombre ni había manifestado quién era, a la gente del hotel, pidió que telegrafiaran a Seton y a , lo que dio por resultado que ambos, llenos de ansiedad y de sorpresa, nos pusiéramos en viaje para Manchester, adonde llegamos una hora antes del desenlace final, encontrándonos con que nuestro amigo estaba en un estado desesperante.

Si no hubiera sido por la benevolencia del señor Seton y de usted, yo habría seguido vagando, tal vez, hasta morir en algún camino. ¿Y qué es lo que su papá buscaba? le pregunté. Seguramente, él se lo debió decir. No, nunca me lo dijo. Ignoro la razón que tuvo para andar tres años recorriendo toda Inglaterra. Tenía un fin expreso, no hay duda, que al cabo realizó, pero jamás me reveló lo que era.

Ansiaba poderle preguntar abiertamente si algunas veces no se hacía pasar con el nombre de Paolo Melandrini; sin embargo, temía hacerlo, por recelo de despertar sus indebidas sospechas. El tiempo será el único que podrá revelar que Reginaldo Seton fue uno de los mejores amigos del muerto dije pensativamente. Al parecer, fue la dudosa contestación del capuchino.

Bien entonces, si es su amigo, le aconsejo que esté siempre alerta. ¿Está usted seguro de que no ha visto jamás a este otro hombre? ¿qué no conoce a este amigo de Seton? me interrogó muy encarecidamente. Tomé en mi mano el retrato y me acerqué adonde estaba la opaca lámpara de kerosene. Lo examiné muy atentamente y me fijé en todos sus detalles.

Palabra del Dia

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