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Actualizado: 11 de junio de 2025
El padre Marimón, combatiendo en la sesión del 28 de febrero al obispo Espiñeyra y al crucífero Durán, que defendían la doctrina del probabilismo, anduvo algo cáustico con sus adversarios.
Después de una sesión de tres horas en casa de la modista, mi prima, que es muy devota, se fue a confesar; mientras yo acompañada de la sirvienta hice algunas compras. Mi tío habíame dado dinero para que lo gastara en cosas útiles y prácticas; pero ¿querréis creer que no sé darme cuenta de lo útil ni de lo práctico?
El fanático volvió pronto de su estupor, y después, dando poca importancia á aquel asunto, se dirigió á su sobrino y dijo: Vamos, Lázaro: esta noche se reúnen tus amigos en la Fontana. Hay gran sesión: no faltes. Yo no me opongo á que cada cual manifieste sus opiniones; tú tienes las tuyas: yo las respeto. Sé que tienes talento y quiero que te conozcan. Ve á la Fontana, ve esta noche.
Se opone en apariencia, pero su voluntad, ya sin energía, aprueba el propósito. El Cardenal convoca precipitadamente al Consejo de Estado á solemne sesión parlamentaria. Sesión del Parlamento. Enrique aparece en el trono con Catalina, llevando corona y cetro; siéntase junto á la Reina la princesa María, y Wolsey está de pie detrás del Rey.
Cuando acabó la sesión, quise picarle para que hablara segunda vez; pero no sé si caló mis intenciones; lo cierto es que dijo que me iba á cortar el pescuezo, añadiendo que no me descuidara. ¡Qué susto me llevé! ¡Y esto se me paga tan mal! Aquel discurso que pronunció anoche á última hora el estudiantillo valenciano, me costó dos raciones de carne estofada y dos botellas de vino ¡Ay!
Como la comida fue abundante y se habló mucho y sobre muchas cosas, la sesión fue larga y muy entretenida; de modo que cuando don Claudio Fuertes y don Adrián Pérez dieron los últimos latigazos a la última de las respectivas copas que don Alejandro había ido sirviéndoles con el café, era ya muy bien entrada la tarde; a Nieves, ausente del comedor rato hacía, la calzaba su doncella sus brodequines de campo, de fino becerrillo sin teñir, y la brisa seguía fresca y bien entablada, por lo cual no molestaba fuera el calor, aunque el sol lucía sin el estorbo de una sola nube.
La buena mujer, muy conmovida, se aleja sin poder responder. El gran salón se halla casi desierto. El señor Aubry va a levantar la sesión, cuando el ujier llama con voz sonora: ¡Juan Durand! Estas dos palabras, que hace tanto tiempo resonaron en el vasto salón de la alcaldía de la plaza de San Sulpicio, ¿por qué prodigio, su sonoridad llena aún los oídos de Juan?
Cuando esta retaguardia llega á la portilla, se precipita la gente detrás de ella, desparramándose luego por el prado entre la cabaña, buscando cada uno las reses que le pertenecen para examinarlas á su placer. Una hora más tarde, y sobre el mismo terreno y al aire libre y de pie, el ayuntamiento se constituye en sesión, rodeado de todo el pueblo, que toma parte en ella.
LORENZA. Pienso darme una buena sesión de trabajo. Quiero acabar mi estudio. EL MODELO. Si usted lo desea, adoptaré la pose. LORENZA. ¡No! Espere a las demás señoritas. Se molestarían si se empezara sin ellas. Entre todas ellas, usted es la única formal. EL MODELO. ¡Usted llegará...! Posee la obstinación, que es una cualidad muy hermosa. Además, tiene usted dinero. ¡Y esto ayuda siempre...!
La niña, que en honor á la verdad no es corta de genio, montó á caballo, y á los cincuenta minutos estaba en plenas funciones. Nada le quedó por ver, incluso al ilustre viajero. A las cuatro horas de haber salido de Tayabas refrenó el caballo á la puerta de su Tribunal, en donde esperaban en sesión permanente, no solo las dalagas, sino que también las ñoras graves.
Palabra del Dia
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