Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 30 de junio de 2025


El cual, acompañado de Serafina y del barítono, entraba en el salón cuando acababa de cantar una romanza italiana un aficionado de la localidad, de oficio relojero, y tenor suprasensible, como le llamaban los chuscos, porque cuando tenía que subir a las notas más altas desaparecía su voz, como si la llevasen en globo al quinto cielo, y no se le oía por más que gesticulaba; parecía estar hablando desde muy lejos, desde donde podía ser visto, pero no oído.

Vendría Serafina, y mientras Minghetti y Emma continuaban sus lecciones interminables, ellos dos, Serafina y él, en el cenador de la huerta, ¡oh miseria!, ¡oh vergonzoso oprobio!, serían, como siempre, amantes; amantes de costumbre, sin la disculpa, aunque de poca fuerza, disculpa al fin, de la ceguedad de la pasión; amantes por el hábito, por la facilidad, por el pecado mismo....

Al cual apenas le quedan fuerzas para pensar.... Mas de repente da un brinco, lívido, y con el brazo en tensión, señala con el índice a la esfera del reloj que tiene enfrente. ¡La hora! grita aterrado, y procura separarse de la mesa y echar a correr.... ¿Qué hora? preguntan todos. La hora de.... Bonis miró a Serafina con ojos que imploraban compasión y ser adivinados.

Cuando pensaba así, o por el estilo, Bonis, de repente, creyó entender que el canto religioso de Serafina llegaba a narrar el misterio de la Anunciación: «Y el ángel del Señor anunció a María...». ¡Disparate mayor! ¡Pues no se le antojaba a él, a Bonis, que aquella voz le anunciaba a él, por extraordinaria profecía, que iba a ser... madre; así como suena, madre, no padre, no; ¡más que eso... madre!

Desde que llegó la carta de Serafina fue la existencia de Bonis de lucha continua consigo mismo; una batalla perenne, como tantas otras que se había dado a propio, siempre derrotado.

Serafina había ido al coche desde la casa de Emma, porque ésta no podía salir aquella noche; se sentía mal, y se habían despedido en el gabinete de la Valcárcel. Bonis se detuvo en el portal, cuando ya todos estaban arriba. ¡Qué ruido! ¡Qué algazara! ¡Lo de siempre! Ya nadie se acordaba de los que se alejaban carretera arriba; como si tal cosa.

Tampoco era milagrosa..., aunque admirable, la coincidencia de anunciarse la venida del hijo la misma noche en que se marchaba la pasión. Se iba Serafina y venía Isaac. El que debía llamarse Isaac, por lo que él sabía, pero que se llamaría, Dios sabía cómo, probablemente Diego, Antonio o Sebastián, a gusto de la madre, tirana de todos. ¡Isaac!

De repente, al dejar Don Juan sola á su esposa, entra en la habitación un hombre vestido de marinero: es Don Alvaro, que, no pudiendo resistir á su antiguo amor, se ha encaminado con este disfraz á Barcelona; con nuevas súplicas atormenta el corazón de Serafina, pero ella le representa con tanta energía y elocuencia lo insensato y lo vano de sus deseos, que él resuelve, por su parte, luchar con su amor, y no turbar más, en adelante, la tranquilidad de su amada.

La de las botas. ¿Las traerá puestas? Bonis calló. Di, hombre, ¿crees que las traerá puestas? Sería... un anacronismo. Calla, calla; ahora se sube al trono... ¿a ver?... No, no se le han visto los pies. Acaso cuando se baje.... Emma asestó los gemelos a los bajos de la tiple; y como esta no acababa de levantarse de su trono, subió la mirada hasta el rostro de Serafina.

¡Ya lo creo! exclamó D.ª Serafina, comiéndose con los ojos a su capellán. Y volvió a comenzar entre ellos el tiroteo de miraditas y guiños, prodigándose mil atenciones tiernas que denotaban un estado de felicidad perfecta. La llegada de D.ª Rita no turbó poco ni mucho su éxtasis delicioso.

Palabra del Dia

buque

Otros Mirando