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Actualizado: 30 de junio de 2025
¡Qué vida extraña! ¡Qué cosas pueden pasarle por el alma a un pobre diablo! pensaba Bonis. La alegoría, que le había salido sin querer de la pluma, estaba bien clara, era la síntesis de su vida presente. En el cielo de sus amores, en la región serena, sobre el océano de sus pasiones en calma, brillaba la luna llena, el amor satisfecho, poético, ideal, de su Serafina.
Quien habló con él fue una mujer que entraba a verle con frecuencia y que le traía y llevaba recados de la señora doña Inés López de Roldan, sin duda para los negocios y obras de caridad que ellos trataban y hacían juntos. La interlocutora de don Andrés, ya comprenderá el lector que fue Serafina.
El desenlace consiste en que Serafina, cuando Don César al fin se descubre, le ofrece su mano, puesto que su corazón era ya suyo, y Federigo, curado de su olvido pasajero, vuelve apasionado á los brazos de su primera amada. Un castigo en tres venganzas .Calderón Esta pieza no es de las más ingeniosas de Calderón, aunque no pueda negársele el mérito de inspirar vivísimo interés.
Cuando Minghetti se declaró también torpe de memoria, Serafina dijo: ¡Oh, qué hombres estos! No recordáis... ¡Ma... la Parini... la Parini!... ¡Oh, sí! ¡La trágica, la gran trágica de Firenze! ¡Exacto, exacto; un espejo! Así exclamó Mochi, que se guardó de decir que no encontraba la semejanza. Minghetti, que jamás había visto a la Parini, gritó: ¡Oh, sí, en efecto!
Y juzgando don Andrés que la verdad era el mejor disimulo en este caso, contó a Serafina, para que se lo refiriese a su ama, que don Paco, después de haber vagado por extravagancia y capricho, descubrió el secuestro del tendero murciano, y que para libertarle, y aun para defender la propia vida, tuvo que apalear al hijo del herrador, sin conocerle hasta después, porque llevaba carátula.
El pícaro del boticario colgaba a Serafina el milagro de esta conversión, y aun se atrevía a sostener que la señora doña Inés hacía la vista gorda y no se percataba de tal milagro, cuya comodidad y baratura no podía menos de celebrar en el fondo del alma.
Bonis, en cuanto oyó la voz de Serafina elevarse en el silencio del salón, sin pensar en lo que hacía, sin poder remediarlo ni querer remediarlo, como atraído por un imán, se aproximó al umbral de la puerta más lejana para escuchar desde allí.
La iguala que tenía con el escribano era de las más cuantiosas del lugar: cada año cincuenta reales. Esto, no obstante, le parecía muy poco para pagar tanta visita, por lo cual, según Serafina, el boticario buscaba compensación recetando mucho y obligando al escribano a gastar su dinero en potingues de los que él elaboraba en su casa.
Este real edificio es jaula sagrada de un serafín, o Serafina, que fué primero dulcísimo ruiseñor del Tejo , cuya divina y extranjera voz no cabe en los oídos humanos, y sube en simétrica armonía a solicitar la capilla impirea, prodigio nunca visto en el diapasón ni en la naturaleza; pero no por eso previlegiada de la envidia.
Serafina siempre se inmutaba al entrar en escena; él la animaba con una sonrisa que ella parecía agradecerle con los ojos, cariñosos, maternales, como pensaba el marido de Emma.
Palabra del Dia
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