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Actualizado: 4 de noviembre de 2025


Arrancó el tren y comenzó majestuosamente a separarse de la estación, y mi compañero de viaje seguía gritando a la ventanilla: ¡Puig! ¡Puig! Al fin se dejó caer rendido en el asiento, con la consternación pintada en el semblante. ¡Válgame Dios! ¡Válgame Dios! ¡Pobre señor!... Y principió a hacer comentarios tristísimos acerca de aquel lance desgraciado.

Por lo menos no habría hombre de mediano sentido práctico que no diera todas aquellas hermosuras por uno de los rizos que caían en desorden sobre su frente, alborotándose más y más con los rápidos movimientos del baile. Cuando ya tenía las mejillas encendidas como amapolas y los pies se negaban á separarse de la tierra, quedó inmóvil, y empezó á darse aire con el pañuelo.

Miguel cogió el ramo y lo besó maquinalmente, como tenía por costumbre siempre que la generala le daba algún objeto en recuerdo: luego se despidió. Al salir del challet llevaba el corazón menos oprimido que Romeo al separarse de Julieta en aquella célebre noche que el lector conocerá seguramente; pero su paso era cuando menos tan ligero.

Un senador valía poco entre aquella gente acostumbrada á la disciplina. ¡Salud, hijo mío!... Mucha suerte... Acuérdate de quién eres. Y el padre lloró al oprimirle entre sus brazos. Lamentaba en silencio la brevedad de la entrevista; pensó en los peligros que aguardaban á su único hijo al separarse de él. Cuando René hubo desaparecido, los capitanes iniciaron la marcha del grupo.

Luego, como si temiese perder la serenidad y decir demasiado, se apresuró a separarse de Fernando. No se podía hablar con él: siempre pidiendo lo mismo. Se retiraba al camarote. Era demasiado atrevido en sus palabras, y había que cortar la conversación. A la noche hablaremos, si es usted más juicioso... Por allí viene su amigo; ya tiene compañía... No ponga usted esa cara tan triste.

Yo no vivía ya con ella. Venía a verla de vez en cuando. Entonces, ¿dónde tiene usted su domicilio? En Zurich. ¿Cuándo llegó usted? Anteayer. ¿Nada le hizo a usted sospechar su desesperado propósito? Noté que sufría más que de costumbre. ¿Alguna vez le propuso a usted separarse? Nunca. ¿Qué pensaba de las ideas políticas de usted, de sus actos?

Metió en el sobre la tarjeta, se la dio a Julia, despidiéronse, y ya estaban a punto de separarse, cuando él, por precaución para lo sucesivo, dijo: Oye, por si yo te necesito o tienes algo nuevo que decirme, cada dos días por la mañana, a la misma hora de hoy, aquí nos veremos. ¿Vendrás? Bueno, vendré; pero usted las lía de tanto madrugar. Y cada uno se fue por su camino.

»¿Por qué nuestras existencias, confundidas en su aurora, han de separarse sin haber llegado siquiera a la mitad de su carrera? »¿Por qué no he de ser para usted en realidad un hijo, como lo soy ya de nombre? »¿Por qué no hemos de seguir Magdalena y yo haciendo la misma vida?

Ella compartía la misma admiración en otro extremo de la escena, y los dos se buscaron con la atracción de dos astros que se presienten, con el irresistible impulso de dos afinidades electivas, para no separarse más. Bailaron en adelante el uno para el otro. Imposible encontrar el ritmo sublime en brazos distintos.

Así es que tuvo tentaciones de volver bridas hacia la casa. Godfrey estaría bastante bien dispuesto para aceptar la idea. Adoptaría ávidamente un plan que quizá le evitaría separarse de Relámpago. Pero cuando la reflexión de Dunstan llegó a este punto, el deseo de proseguir la marcha se fortificó y prevaleció.

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