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Dolores había cambiado en los dos años que no la veía. Era una mujer, pero una mujer espléndida, hermosísima. Yo empecé a sentirme como en un sueño. ¿Será la vida así? pensaba al retirarme a la fonda.

Aprendía con Tasso a sentirme miserable y sublime; sabía lo que Manfredo iba a buscar a las heladas cimas de los Alpes; me lamentaba con Tecla de la felicidad terrestre de la cual yo había gozado, de la vida y del amor, que habían concluido para . Pero, por sobre todo, Ifigenia era mi heroína y mi ideal.

Todo lo que me gusta a le gusta a Luis: nuestro acuerdo respecto a las cosas del arte y del pensamiento continua en lo relativo a la vida. »Papá me pregunta si estoy contenta: yo doy gracias al Señor, de la felicidad que me acuerda. Que nos acuerda: él no quiere creer en lo que ha sucedido. La idea de que casándome pudiera sentirme desgraciada, era su tormento.

Todo volvió a quedar tranquilo. La pobre Carbonera lloraba en un rincón, poniéndose el pañuelo sobre la parte dolorida. Estaba de Dios que aquella tarde la habían de perseguir. Empezaba a sentirme mareado. La lengua me había engordado sensiblemente. Noté que algo de lo que decía excitaba la risa de mi amiga la Serrana, quien me ofrecía a cada instante cañas y más cañas.

»El doctor, la señora Braun y yo, nos relevamos por turno en compañía de una enfermera que nos ayuda a cuidar a Magdalena. A pesar de sentirme rendido de pena y de cansancio, reclamé mi derecho y el señor de Avrigny, se retiró sin hacer la menor observación. »Poco después, Magdalena se ha dormido con un sueño tan tranquilo como si sus días no estuviesen ya contados.

Núñez, volviéndose hacía Tristán y como hablándole en tono confidencial, le dijo: Cuando uno de estos hombres tan profundamente observadores se acerca a , no puedo menos de sentirme inquieto, cohibido. Parece que está uno delante de una máquina fotográfica y teme verse reproducido en mala postura. Hasta ahora me parece que no tiene usted motivo para pensar que le haya enfocado. Pero lo temo.

Claro que cuantos más de estos sencillos artefactos venían a mi poder, las torturas eran mayores y más prolongadas. Llegó al punto que no podía ver uno en poder de alguna señorita, que se relacionase más o menos con conocidas mías, sin sentirme acometido de congojas y sudores fríos, y alguna vez de calambres y náuseas.

La misericordia y la simpatía me fueron metiendo a Carmen en el corazón; luego ella, con una adorable ingenuidad, hizo el resto, y llegué a sentirme apasionado por mi prima..., porque es mi prima, se lo he conocido en lo ardiente de la mirada, ¿sabes? Salvador dijo que con la cabeza. Y Fernando interrumpió su relato para interrogar: ¿No estaríamos mejor en el salón de fumar?

Todo me anuncia una buena noticia. La desgracia no puede durar tanto tiempo, ¿no te parece? Es como la mala suerte en el juego: acaba por pasar; lo que importa es tener fuerzas para resistirla... Debería sentirme satisfecha. La emoción apenas me ha dejado dormir esta noche... He pasado de los treinta; ya sabes: esos treinta mil francos que parecían antes el límite de mi suerte.

A también piensa Azorín me sucede lo que a este hombre de Burdeos; pero esto es triste, monótono, y en la soledad de los pueblos esta tristeza y esta monotonía llegan a estado doloroso. No, yo no quiero sentirme vivir. Y voy a hacer un viaje largo: me marcho a una ciudad febril y turbulenta donde el ruido de las muchedumbres y el hervor de las ideas apaguen mi soliloquio interno.