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Pero en vez de pronunciar el Pater noster fundamental, que es lo que procedía para empezar de nuevo, clavó los ojos en el libro, y maquinalmente leyó: De dos maneras de amor quiero yo ahora tratar: uno es espiritual, porque ninguna cosa parece le toca la sensualidad ni la ternura de nuestra naturaleza; otro es espiritual, y que junta con él nuestra sensualidad y flaqueza ... Qué distracción!-observó después.

Se representó también las graciosas actitudes de Lucía Moreno, con sus grandes ojos llenos de fina sensualidad y de malicia; y luego vio la ruidosa escena en que Carmen escapara al vestíbulo y arrojara a las manos de Julio el diario de Laura.

Había rendido mujeres sosas de las que caen sin lucha ni gracia, como fardos abandonados a su propio peso; señoritas imbéciles, tocadas de fría sensualidad; mozuelas que ceden por cálculo y se equivocan en la cuenta; casadas de las que se visten con gajes del adulterio; viudas aventureras, semejantes a los aros de circo con el papel ya roto, en que no deja señal un salto más o menos; pecadoras por hambre, que soportan los besos haciendo números de desempeños y deudas; lascivas por codicia que ponen el cuerpo a interés compuesto; y también disfrutó alguna de esas mujeres inocentemente viciosas, alocadas, que se entregan sin pensarlo, y a quienes se goza de improviso cortando la monotonía de la vida, como esas ráfagas de aire fresco que interrumpen de pronto el bochorno asfixiante de un día abrasador.

La niña de Calderón, que era bastante fea, poseía, no obstante, cierto atractivo que provenía acaso de sus cortos años, acaso también de una boca de labios gruesos y frescos y dientes iguales y blancos, donde la sensualidad había dejado su sello. La última de Alcudia era una chicuela de temperamento enfermizo, que no tenía más que huesos y ojos.

Los hombres la besaban las manos y los brazos con respetuosa sensualidad.

Con cuán victorioso despecho preguntábase entonces: ¿Cómo el alma del creyente podía correr en pos de un grano de vida como aquél, de una migaja de sensualidad efímera, y a veces emponzoñada, si Dios le ofrecía desde el cielo los goces infinitos y eternos?

Carlos I debió de ser gran admirador de sus creaciones, aun de aquellas donde más resplandecía la libre sensualidad del paganismo, pues si bien es cierto que al retirarse a Yuste llevó consigo gran número de cuadros de devoción, años atrás, según refiere Jusepe Martínez, había mandado pintar a Ticiano, además de un retrato, unos cuadros de unas poesías, que a no ser tan humanas, las tuviera por divinas, ¡lastima grande para nuestra religión!

Y al pronunciar esta frase hundió su mirada en los ojos de la doncella con doble y profunda expresión de sensualidad y de tristeza. Una de las pinturas representaba un busto de mujer. Listada caperuza adherida a la frente ocultaba del todo los cabellos. ¡Quién quisiera llevar agora una toca como ésa! ¡Antes morir! observó la niña, agregando: Mirad: tenía en el cuello un lunar como el mío.

Era el goce de la sensualidad el que se desprendía de su ser; pero era también el deleite maligno del capricho cumplido, de la venganza y la traición. El conde de Onís se sentía cada día más subyugado. Las caricias de su amada eran abrasadoras; pero los ojos guardaban siempre, en lo más hondo, un reflejo cruel de fiera domesticada. Sentía amor y miedo al mismo tiempo.

El arte y la imaginación intervienen para arrancarle sensualidad y hacerle un pasatiempo inocente, al estilo de las hermosas fiestas que en el siglo XIV se celebraban en los palacios de Inglaterra y Francia. Para las niñas casaderas suele ser también el momento en que termina el primer acto de la comedia amorosa que han empezado a representar.