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Actualizado: 23 de octubre de 2025
El duque, atónito, no sabía lo que le pasaba: abrió el pliego, y no pudo, al leerlo, contener un estremecimiento de gozo: era la realización de su sueño de oro. Su nombramiento de senador vitalicio: al pié del documento se leía la siguiente firma: Yo el rey. Mira, Margarita, dijo en voz baja, tendiendo el pliego a la duquesa y su hija; ven, hija mía.
Lo que mejor caracterizaba al duque era el ardiente deseo de ver satisfecha una aspiración constante de su vida, una exigencia de su imaginación que participaba de la seriedad de la ambición y la ridiculez del capricho: ser senador. Y si además de ser senador pudiera serlo de por vida... ¡Senador vitalicio!
Creía que un senador es algo del Ayuntamiento. Tenía sobre la imprenta ideas muy extrañas, creyendo que los autores mismos ponían en las páginas aquellas letras tan iguales. No había leído jamás libro ninguno, ni siquiera novela. Pensaba que Europa es un pueblo y que Inglaterra es un país de acreedores.
Verdad es que pesándolo todo, mas feliz suerte que la del Dux es la del gondolero; pero es tan poca la diferencia, que no merece la pena de un detenido exâmen. Me han hablado, dixo Candido, del senador Pococurante, que vive en ese suntuoso palacio situado sobre el Brenta, y que agasaja mucho á los forasteros; y dicen que es un hombre que nunca ha sabido qué cosa sea tener pesadumbre.
El personaje estaba triste desde que el heredero de las glorias de su familia se había ido á la guerra, rompiendo la red protectora de recomendaciones en que le había envuelto. Una noche, comiendo en casa de Desnoyers, apuntó una idea que hizo estremecer á éste. «¿No le gustaría ver á su hijo?...» El senador estaba gestionando una autorización del Cuartel General para ir al frente.
Por eso siente con tanta vehemencia el deseo de esparcirse por el mundo, pasando de lacayo á patrón. Repentinamente, don Marcelo dejó de ir con frecuencia al estudio. Buscaba ahora á su amigo el senador. Una promesa de éste había trastornado su tranquila resignación.
Ocupando uno de estos asientos se abarcaba con los ojos toda la llanura. En las paredes había aparatos eléctricos, cuadros de distribución, bocinas acústicas y teléfonos, muchos teléfonos. El comandante apartó y amontonó los papeles, ofreciendo los taburetes con el mismo ademán que si estuviese en un salón. Aquí, señor senador. Desnoyers, compañero humilde, tomó asiento á su lado.
Luego se llevó los gemelos á los ojos, siguiendo la dirección de una de las líneas rojas, y vió agrandarse en el redondel de la lente una barra negra, algo semejante á una línea gruesa de tinta: el bosque, el refugio de los enemigos. Cuando usted lo disponga, señor senador, empezaremos dijo el comandante, llegando al último extremo de la cortesía . ¿Está usted pronto?...
La palmada del senador y su sonrisa le trastornaron, hasta el punto de hacerle tartamudear. Pensó que era necesario tener largo trato con las personas para conocerlas. Aquel señor había sido para él un burgués despreciable y ridículo, un pedantón huero... He aquí los inconvenientes de juzgar de lejos a las personas.
Seguro del apoyo del gobierno, no le inspiraban miedo sus discursos, y hasta se atrevía á criticar su existencia privada, dudando de su aparente severidad y acusándolo de hipocresía. ¡Ah! ¿Conque es Momaren el que desea la muerte de ese pobre gigante? Después de proferir tales palabras, el senador se mostró dispuesto á aceptar sin resistencia todo lo que dijese Flimnap.
Palabra del Dia
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