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Actualizado: 26 de junio de 2025
Al fin acabó por irritarse contra él mismo, á causa de la semejanza absurda que había descubierto sin motivo alguno. ¿Cómo podía ser Freya esta inglesa que iba con dos oficiales?... ¿Cómo la alemana refugiada en Barcelona podía deslizarse en Francia, donde indudablemente era conocida de la policía militar?... Aún le irritó más la sospecha de que este parecido fuese un resto del antiguo amor, que le hacía ver á Freya en toda mujer rubia.
Después de la comida en Rosalinda, al encontrarse de nuevo en la hospedería del Sol de Oro, ¿no había por un momento sentido la ilusión de verse a sí mismo apoyado de codos en la ventana de su antiguo cuarto? ¿No explicaba también esta singular semejanza la espontánea simpatía de la señora Liénard, apenas se vieron en casa de su amigo el inspector?
Lo más cierto debía ser lo último, porque D. Bernardo estaba hecho un verdadero adefesio. El uniforme era de color rojo subido. Parecía una langosta cocida; y para que la semejanza fuese más notable, la muchedumbre de cordones y correas que le envolvían remedaban bastante bien las antenas de aquel animalucho. Un espadón disforme le colgaba de la cintura; el tricornio estaba adornado con plumas.
Su instrucción y su ingenio agudísimo le hacían descollar sobre todos los demás mozos de la partida, y aunque a primera vista tenía cierta semejanza con Joaquinito Pez, tratándoles se echaban de ver entre ambos profundas diferencias, pues el chico de Pez, por su ligereza de carácter y la garrulería de su entendimiento, era un verdadero botarate.
Su sombra, ya lo había notado otras veces con melancólico consuelo, se parecía a la de su padre, tal como la veía en los recuerdos lejanos. Pero aquella noche era mucho más clara y más acentuada la semejanza. «¡Cosa extraña!
Era una especie de máscara; ó mejor dicho, era la calma congelada de las facciones de una mujer ya muerta, y esta triste semejanza se debía á la circunstancia de que Ester estaba en realidad muerta, en lo concerniente á poder reclamar alguna simpatía ó afecto, y á que ella se había segregado por completo del mundo con el cual parecía que aún se mezclaba.
Creía encontrar en la semejanza de nuestros nombres una identidad de destinos. Yo podía ser la Mina de este nuevo Wagner que empezaba a surgir de la obscuridad. Y así se inició lo que no fue nunca amor, sino un gran sacrificio por la gloria... ¡Ay! ¡Cómo nos envenena el arte cuando lo hacemos consejero de nuestra pobre existencia!
Era la misma fisonomía, la misma actitud, la misma mirada, la misma sonrisa. ¿Era posible que existiera tal semejanza, no ya tan sólo física, sino moral? Aquella prueba afirmó mi creencia más de lo que yo deseaba y una turbación extraordinaria se apoderó de mí. Me incliné hacia el banquero y le pregunté: ¿Conoce usted á esta Jenny Hawkins? Ciertamente.
Enrique vaciló algunos instantes, mas al fin se decidió a abrir con sigilo la puerta y escaparse por la escalera de servicio. Era Enrique un muchacho que guardaba en aquella época semejanza increíble con un perro ratonero de los que hoy tienen prestigio entre las damas; después se compuso bastante, pero aún es feo hasta donde un hombre de bien puede serlo.
El otro era un caballero de mediana estatura y edad, delgado, pálido, ojos hermosos, de mirar suave y humilde, cara rasurada enteramente, a semejanza de los clérigos y comediantes; frente espaciosa, aumentada por una calva brillante, y modales tímidos.
Palabra del Dia
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