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Actualizado: 26 de julio de 2025
Pues que D. Pedro de Toledo seguía diciéndole que no dependía de la voluntad del Rey ni de la de su Ministro una gracia opuesta á las atribuciones del Santo Oficio , sabiendo bien á qué atenerse, evidentemente esquivaba la ocasión de destruir las ilusiones del pobre anciano, restringidas al único pensamiento de dejar los huesos en tierra española.
D.ª Carolina seguía con el mismo humor benigno, rigiendo la casa a su talante, aunque siempre por delegación de su esposo. No obstante, una nube de malestar y tristeza, de la cual en el fondo todos se daban cuenta, envolvía a la familia.
En las noches de luna vagaba por el claustro un espectro blanco, el alma de un fraile maldito que aguardaba la hora de la redención paseándose por el lugar de sus pecados. Allá marcharon los fugitivos un día lluvioso de invierno, azotados por el aguacero y el huracán, siguiendo el mismo camino que ahora seguía Febrer, pero un camino antiguo que sólo tenía de tal el nombre.
Su buen natural, rectamente encaminado en su niñez y en su adolescencia por las lecciones del aya, no la había abandonado nunca. Doña Luz, sin sibaritismo, con la severidad de quien cumple un deber, había cuidado, y seguía cuidando en el lugar, de su alma y de su cuerpo.
Pero nadie se acercaba tampoco. Los habitantes de la villa estaban todos recogidos en los cafés y teatros, o bien en sus hogares haciendo bailar a sus hijos sobre las rodillas al amor de la lumbre. Seguía cayendo la nieve pausada y copiosamente, decidida a prestar asunto al día siguiente a todos los revisteros de periódicos para encantar a sus aficionados con una docena de frases delicadas.
Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la obscuridad y pegada a la cama seguía llorando, tendida así, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sábana que mojaba con lágrimas también. Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña.
De esta suerte, a través del zaino y de Ricardo, Melchor gobernaba al malacara, convertido por discreta resolución de su jinete en la sombra del compañero de pesebre, cuyos movimientos seguía con absoluta libertad. Tu... caballo... sí... que... es... bueno... dijo Lorenzo a quien el zangoloteo a que el suyo lo obligaba le impedía emitir más de tres sílabas seguidas.
Era el único secreto que había entre ama y esclavo; la única mala pasada que ella le había querido jugar.... Y como tampoco había tenido mal resultado, sino muy beneficioso para Zapico, este seguía estimando a doña Paula.
Una sola y última fecha muy visible seguía a todas las demás y coincidía exactamente con la edad de Juan, el primer hijo que le había nacido.
Ciertísimo... si conozco mucho al viejo, cuando yo estaba de practicante en lo del doctor Trevexo, iba todos los días al estudio. ¿Y a ella la conoces? ¡Bah, bah, de la escuela... era la piel del diablo cuando chica... un potro!... Don Benito, mudo, pero dejando vagar una leve sonrisa por los labios, seguía tocándome el brazo a cada palabra de los indiscretos. ¿Pero será posible que se casen?...
Palabra del Dia
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