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Actualizado: 26 de julio de 2025
Facundo acordóse de que don Nicolás Dávila estaba en Tucumán expatriado, y le hizo venir para encargarle de las molestias del gobierno de La Rioja, reservándose él tan sólo el poder real que lo seguía a los Llanos.
Anda, grasiosa, que tienes ojillos de Virgen... Mira que tengo un ganao de churumbeles que no levantan del suelo tanto así, y están muertesitos de nesesiá. Y seguía enumerando desgracias y muertes, como si la peste negra hubiese pasado por las Cambroneras. Vaya, presiosa, suerta un poquito más de jurdé, que por eso no vas a quedar probe.
Miró a todas partes; nada se descubría por ningún lado que denunciase el voraz elemento, y, sin embargo, el tufillo o trapo quemado seguía dándole en las narices con progresiva persistencia. Asomó la cabeza fuera de las cortinas del lecho, miró bajo la almohada, entre las mantas, en la fosforera de porcelana que sobre la mesilla tenía... ¡Nada, nada!
De lejos y al caer de la tarde distinguíamos la columna de humo cubriendo el cielo de vagabundas y sombrías ráfagas, y el aragonés y yo no pudimos menos de maldecir en voz alta y expresivamente al tirano invasor de España. Contra lo que esperábamos, Santorcaz no nos contestó una palabra, y seguía su camino profundamente pensativo.
Alguna vez salía del patio y se metía por las habitaciones interiores; pero al instante le seguía Pepita y le traía cogido por una oreja. Aquí traigo a este hombre, que al menor descuido se me escapa a la cocina. No hagan ustedes caso. Esta mujer se empeña en no dejarme satisfacer ciertas funciones apremiantes... No respondo de las consecuencias.
Sus grandes ojos negros se iban posando con plácida expresión sobre cada una de las parejas que por delante de ella cruzaban. Algunas le interesaban más que otras, y las seguía con la vista. Las actitudes, los movimientos y la traza de ellas eran tan distintos que ofrecían estudio curioso.
Y como él, esperé y le compadecí, y habría dado cualquier cosa por ver abrirse la puerta de aquel palco que seguía obstinadamente cerrado.
Y seguía su camino, embozado hasta los ojos, porque hacía un frío de dos mil diablos. Otros no se limitaban a sonreír y apretarle la mano, sino que en justa correspondencia a su confianza sacaban con mano temblorosa de los bolsillos del gabán o de lo interior de la gabardina algún instrumento resonante también de menor categoría, una trompeta, un cuerno de caza, una matraca.
Y habiéndose tenido con él muchas audiencias con junta de muchos consultores y calificadores muy doctos de este Santo Oficio, procurándolo sacar de sus errores y que conociese la verdad, siempre habia estado pertinaz, protervo y obstinado, diciendo que la ley que él seguia era la verdadera que se habia de guardar.
Hullin comprendió por lo que oía que Catalina seguía pensando en la historia de Yégof; pero viendo cuán irritada estaba la anciana y pensando que sus propósitos contribuirían a la defensa del país, no hizo ninguna observación a este respecto, y dijo solamente: Entonces, Catalina, quedamos conformes; mañana iré a ver a Marcos Divès... Sí, compre usted toda la pólvora y todo el plomo que tenga.
Palabra del Dia
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