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Actualizado: 23 de julio de 2025
La masa blanca del caserío partíase más allá del puente de Segovia, y una línea metálica, una barra horizontal y negra, unía los dos lados de este corte: era el Viaducto. Madrid, visto desde allí, parecía una capital portentosa, una imponente metrópoli. Entre el azul del cielo y el verde de los árboles alineábanse las más solemnes manifestaciones de su vida, sus más poderosas grandezas.
En este tiempo vino a don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego venía otra de un tío mío llamado Alonso Ramplón, hombre allegado a toda virtud y muy conocido en Segovia por lo que era allegado a la justicia, pues cuantas allí se habían hecho de cuarenta años a esta parte, han pasado por sus manos.
Os serviré, pues, de miedo; pero como me parece que marchamos ya sobre el puente de Segovia, que empedrado suena bajo el peso de las cabalgaduras, dejadme salir, don Francisco, y confiad en mí, y haced lo que podáis, que yo no he de dejar de ayudaros. El matón hizo parar la litera, salió de ella, y cerró de nuevo con llave.
Hice un lío con la poca ropa que tenía; saqué hasta treinta reales, que eran todos mis ahorros, del escondrijo donde los ocultaba, antes del amanecer tomé a campo traviesa el camino de Madrid, y aquí entré por la carretera de Extremadura y la calle de Segovia. Han pasado siete años, y me acuerdo como si hubiese sido esta mañana. ¿Y dónde fuiste? A casa de mi tío Manuel.
Cuando reciba usted estos renglones el estorbo no existirá ya. Que la propia conciencia perdone a los que me han hecho padecer, como yo los perdono.» ¿Dónde se ha hallado esta carta? preguntó el Conde. El portador de ella contestó: En el bolsillo de un hombre que hace media hora se arrojó de cabeza por el viaducto de la calle de Segovia. No sabemos quién es.
Al fin, delante de ellas y de todos, se llegó a mí y dijo: -V. Md. me perdone, que por Dios que le tenía, hasta que supe su nombre, por bien diferente de lo que es; que no he visto cosa tan parecida a un criado que yo tuve en Segovia, que se llamaba Pablillos, hijo de un barbero del mismo lugar.
Don Juan, que comienza a malhumorarse, lanza sin cesar miradas hacia el sitio donde arranca el Viaducto de la calle de Segovia, cuando repentinamente, de entre la negrura del ambiente, surge un bulto de mujer, a quien delatan su airosidad y gallardía. Viene modestísimamente vestida con traje oscuro, mantón, y toquilla de estambre blanco a la cabeza.
El color de su rostro, propiamente castellano también, era muy pálido, no con esa palidez intensa y calenturienta de las andaluzas sino con la marmórea y fresca blancura de las hijas de Alcalá, Segovia y Madrid. En los ojos negros y grandes había puesto todos sus signos de expresión la tristeza.
Desde entonces la astronomía está en Ateca en lastimosa decadencia. #La compañera de Coletilla#. En Diciembre de 1808 militaba Elías, como hemos dicho, en una partida que había levantado en Segovia el Empecinado.
No lo dudo; ni tampoco de que les darás buen ejemplo; pero llegamos á la puerta de Segovia: adentro, y torzamos hacia el alcázar. Arremetieron los dos jinetes por la puerta, y poco después Quevedo, echando pie á tierra en la puerta de las Meninas, dijo á Juara dándole las bridas: Desde ahora estás á mi servicio. Muy bien, don Francisco, y me alegro.
Palabra del Dia
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