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Batistet, cuando no había labor en el campo, buscaba ocupación yendo á la ciudad á recoger estiércol. Quedaba la chica, una mocetona que, terminado el arreglo de la barraca, no servía para gran cosa, y gracias á la protección de los hijos de don Salvador, que se mostraban contentísimos con el nuevo arrendatario, acababa de conseguir que la admitiesen en una fábrica de sedas.

De las balaustradas de las tribunas colgaban ricos tapices y anchas franjas de terciopelo en cuyo centro destacábanse, bordados en oro, plata y sedas de vivos colores, los escudos de armas de cien nobles. No tardaron en tomar éstos asiento, la multitud y los soldados se acomodaron como mejor pudieron y los pajes y palafreneros se encargaron de las armas y monturas de sus señores.

La vida moderna le ofrecía a cada paso ejemplos de hijas de familias poderosas a quienes por un capricho amoroso había que casar con un mal periodista, con un abogadillo, con un cualquiera, aún de lo más pobre de la clase media; pero, ¿quién vio jamás en estos tiempos que una señorita hecha a pisar alfombras y ceñirse el talle con sedas, entregara la mano a un jornalero?

De vuelta de la China, muy cargada Encuentran una nave de tesoro: A su diccion y mando fué entregada Con suspiros, y lágrimas y lloro. En breve ha sido toda despojada De sedas, brocateles y fino oro. Un clérigo allí viene enriquecido, Que en verse así robado, está afligido.

Que asimismo habian sido muy liberales, en distribuir entre ellos los géneros de mas valor, como sedas, brocados, tisues, &a., estimando esta gente mas los paños ordinarios para estar bien abrigados. Que al principio bajaron con sus armas, arcos y saetas, echándolas por tierra en señal de paz y amistad, inclinando el cuerpo, y luego saltando, rascandose y palmeteando.

No salió el Rey por la puerta del templo, sino por la del atrio cercado de magnífico claustro, donde habían montado a caballo él y cuantos le acompañaban. Cuando la lucida cabalgata apareció ante el gran público, la admiración general dio muestras de en murmullos, exclamaciones y vítores. Aquello era verdaderamente espléndido: un derroche de sedas, randas, plumas, oro y pedrería.

Después se coloca el quitasol debajo del brazo, y por la calle del Oouro, con saboreada pachorra, deteniéndose a contemplar a la señora de sedas más rizadas o la victoria de arreos más lustrosos, alarga sus pasos hasta la tabaquería de Sousa, en el Rocío, donde bebe una copa de agua de Canecas, y descansa hasta que la tarde refresca.

Era sobrino de don Manuel en grado lejano; sus padres habían muerto, y el fabricante de sedas, en vista de su ingenio despierto, encantado por sus agudezas y recordando que lo sostuvo en la pila bautismal, hizo el inaudito sacrificio de recogerlo y darle carrera. Rafael Pajares venía a ser en la casa el punto vulnerable del huraño Fraile.

Tomó para una butaca, escogió un buen palco y se lo mandó a Cristeta. «¿Quién la acompañará? pensó . Cuando lo ha pedido para por la tarde, es que lleva al chico.» Y al recordar al niño se le puso carne de gallina. El domingo amaneció sereno, hermosísimo. Con el temor de que se suspendiera la función, se puso don Juan más nervioso que mujer en tienda de sedas.

Desde fuera, parecía aquello el zumbido de una colmena colosal, en que doscientas mujeres murmurasen al mismo tiempo entre el crujido de las sedas, el ric-rac de los abanicos, las tosecillas afectadas que dan tiempo a preparar una respuesta, las melifluas risitas que acompañan siempre a la afectuosidad femenina, y los perfumes peculiares a doscientos gustos diversos y doscientos tocadores distintos.