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Actualizado: 11 de junio de 2025
Los dos amigos se habían encerrado en la secretaría del Casino, a ruegos del ex-regente, que quería ver, sin ser visto, lo que él llamaba la subida al Calvario de su dignidad. Detrás de Mesía, que daba buena sombra, temblando sin saber por qué, impaciente, casi con fiebre, Quintanar se disponía a ver todo lo que pudiera.
Yo he sabido hace poco que estabas en Madrid. Si antes lo hubiera sabido hubiera ido a verte a tu casa. ¿Y quién me conoce? ¿Quién ha podido hablarte de mí? Mi marido es un pobre empleado... Será lo que dices; pero su inteligencia y su laboriosidad tienen encantado al Ministro y lleno de envidia a todo el personal de la Secretaría. El Ministro no hace más que hablar de tu marido.
Casi había perdido la cuenta de las veces que le declararon el acta limpia en el caprichoso vaivén de la política española, que da a los parlamentos una vida fugaz. Los ujieres, el personal de secretaría, todos los dependientes de la casa le miraban con respetuosa confianza, como un compañero superior, unido cual ellos para siempre a la vida del Congreso.
La secretaría de... No, amigo; es más. Yo, cuando encuentro una persona que me entra por el ojo derecho, y que sirve, digo copo, y la tomo para que me sirva a mí. Le juro a usted que me conviene, camará. Allá va la bomba. Va usted a ser gobernador de una provincia de tercera clase. Rubín no pudo decir nada. Creyó que se le caía encima el techo del despacho y todo el Ministerio de la Gobernación.
Pero don Víctor trataba principalmente de que le eligiesen segundo vicepresidente y reclamaba para Frígilis la primera secretaría. «Frígilis había jurado renunciarla, pero no importaba; de todas suertes la elección era una honra para ellos, aunque lo negase el sarraceno de Tomás». Quintanar contaba con el gobernador. Salió.
Desengáñate, Braulio; lo que tú quieres es que vivamos aquí tan aisladamente como en Sevilla, hechos unos hurones, sin tratarnos con un alma. Yo por mí me resignaría... por darte gusto, aunque bien conoces que es muy duro... Soy joven aún... Tú, ocupado en tu Secretaría y en tus estudios, apenas me acompañas. ¿He de vivir en eterno soliloquio?
Vivía absorbida por el ambiente social, y para las fiestas de caridad era una secretaria activísima y no hallaba tiempo de cumplir con todos los compromisos que se imponía. Adriana tenía de ella una impresión semejante a la que le sugerían las personas de la familia de su tío Ernesto Molina: que carecía, en cierto modo, de verdadera alma.
Las condiciones impuestas por la condesa eran un considerable aumento de sueldo para ella y la Secretaría particular de don Amadeo para Juanito Velarde, adorado amigo que a la sazón privaba. El encargo era fácil, dado el afán que de llenar aquel desairado cargo con un grande de España existía en la corte y en el Gobierno.
¿Qué sucede en palacio, señor? ¿Qué hay aquí exclamó el duque , que me veo obligado á tratar con ese miserable? El duque hizo un violento esfuerzo, salió de la cámara real, bajó á la planta baja del alcázar, y se entró en la secretaría de Estado.
Otro ejército. Y en Galicia y en Castilla, otro y otro ejército. ¿Cuántos españoles hay en España, Sr. de Santorcaz? Pues ponga usted en el tablero tantos soldados como hombres somos aquí, y veremos. ¿A que no sabe usted lo que me ha dicho hoy el portero de la Secretaría de la Guerra? Pues me ha dicho que mi pueblo ha declarado la guerra á Napoleón, ¿Qué tal? ¿Cuál es el pueblo de usted?
Palabra del Dia
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