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Actualizado: 25 de mayo de 2025
El oscuro caserón, sin perder su aspecto vetusto y misterioso, se trasformó por dentro en agradable morada. Pero el deshonorado militar se consumía, se secaba dentro de ella como un árbol sin luz y sin agua. Una melancolía profunda minaba su organismo, le arrugaba la piel, blanqueaba sus cabellos, debilitaba sus piernas y ponía trémulas sus manos.
La vieja lo notó, y la tiró desabridamente del traje, y es muy probable que la sermoneara con algun pellizco, esos pellizcos afectuosos que las madres dan á las hijas. El caballero quiso replicar.... ¡Aquí fué Troya! La vieja no sabia cómo estar sentada; sudaba; se llevaba las manos a la cabeza; paladeaba contínuamente, porque sin duda se le secaba la saliva en la boca.
Su instinto de mujeres adivinaba el amor tras la repentina transformación. Algunas noches le veían los obreros salir en un coche para Portugalete: de allí pasaba por el puente colgante á Las Arenas. De alguna de estas excursiones volvía con una flor en la solapa, conservándola varios días, hasta que se secaba.
Batistet, en tanto, con una prudencia precoz, cogía la escopeta y á la luz del candil la secaba, limpiando sus cañones, esforzándose en borrar de ella toda señal de uso reciente, por lo que pudiera ocurrir. La noche fué mala para toda la familia. Batiste deliró en el camón del estudi.
Basilio estaba atontado: sus labios se movían sin producir sonido, sentía que se le paralizaba la lengua, se le secaba el paladar. Por primera vez veía el poderoso líquido, de que tanto había oido hablar, como destilado en sombras por hombres sombríos, en guerra abierta contra la sociedad.
Salióme al encuentro el Cura, y me dijo, mientras se secaba los ojos con un pañuelo de yerbas: No se puede remediar, ¡qué jinojo!... por más avezado que uno esté a contemplar miserias y acabaciones humanas... Porque hay casos y casos, señor don Marcelo, y éste es uno de los más duros de pelar para el pobre Cura.
Defender los intereses morales y materiales de las provincias, sostener su vida autonómica, independiente, frente a la acción y poderío absorbentes de la capital, «foco de inmundicia que envenenaba la savia de la nación y secaba todos sus veneros de riqueza». ¡Qué grande y noble pensamiento! A fines de octubre, Gonzalo fué a Lancia con una comisión de su suegro.
Como los perdedores a la ruleta, en Mar del Plata, que atribuían su mala suerte a los "patos" o mirones de atrás, si la leche o la crema se cortaban era porque habían sido miradas por una persona de mal ojo; si un árbol se secaba, era porque había sido tocado por una persona de mala sangre; capturar víboras o arañas vivas era cosa de brujería, etc., etc.
Esta era la necesidad más apremiante; y era otra, bastante urgente, la de abrir algunos canales de riego, por los cuales se distribuyera convenientemente el caudal del arroyo en invierno, a fin de que empapase toda la campiña por igual, de modo que en verano conservara alguna frescura, ya que en tan calorosa estación todo canal era inútil, puesto que se secaba el regato hasta su origen, y no corrían por su cauce otras cosas que las nubes de polvo que levantaba el viento, las lagartijas y las cucarachas.
Abogaba por el verro como si fuese ya pariente suyo. ¡El pobre vivía tan mal!... Solo en la fragua, sin otra compañía que una parienta vieja, siempre vestida de negro por remotos lutos, lagrimeante un ojo, cerrado otro, y tirando del fuelle mientras su sobrino batía el hierro rojo. La vecindad del fogón secaba cada vez más su huesosa flacura.
Palabra del Dia
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