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Actualizado: 10 de junio de 2025


Hace ya mucho tiempo que ciertas niñas españolas, y particularmente las andaluzas, acuden a la gran ciudad de Lisboa, en busca de mejor suerte. Los señoritos de por allí, los janotas, que es como si dijéramos los jóvenes elegantes, dandies o gomosos de Portugal, se pirran y despepitan por las tales niñas españolas.

Niños y clérigos están como en su casa. Los pocos fieles esparcidos por la Iglesia son beatas que rezan con devoción; no se piensa en ellas. A veces son espectadores de aquella algazara algunos adolescentes y pollos con cascarón que tienen en los bancos de la plataforma sus amores. Los catequistas, jóvenes todos, no ven con buenos ojos a tales señoritos que vienen con propósitos profanos.

En estas afirmaciones latía el orgullo sevillano, en perpetua rivalidad con la gente de Córdoba, tierra igualmente de buenos toreros. La existencia de Gallardo cambió por completo después de este día. Saludábanle los señoritos y le hacían sentar entre ellos en las puertas de los cafés.

Y en efecto, con la violencia que caracterizaba todas sus acciones, al pasar por delante de la casa entró en el portal y se dirigió a la garita de los porteros. ¿Tiene usted la amabilidad de decirme quién habita el cuarto tercero de esta casa? Son dos señoritos muy jóvenes, hermano y hermana. Sólo viven aquí desde hace cuatro meses. Han quedado huérfanos, al parecer, hace poco tiempo....

En todas las casas entra y sale como en la suya. A todos los señoritos y señoritas de la edad de Pepita, o de cuatro o cinco años más, los tutea, los llama niños y niñas, y los trata como si los hubiera criado a sus pechos. A me habla de mira, como a los otros. Viene a verme, entra en mi cuarto, y ya me ha dicho varias veces que soy un ingrato, y que hago mal en no ir a ver a su señora.

Si hay en su existencia días vergonzosos, y no diré tanto como vergonzosos, días borrascosos, días desventurados, ha sido por ley de la necesidad y de la pobreza, no por vicio... Los hombres, los señoritos, esa raza de Caín, corrompida y miserable, tienen la culpa... Lo digo y lo repito. La responsabilidad de que tanta mujer se pierda recae sobre el hombre.

Despachábase en las dos boticas del pueblo una cantidad extraordinaria de cebada perlada; algunos rechazaban a la mesa el vino, con sorpresa de sus consortes; y dulcificábase extremadamente el carácter de los señoritos en el trato con las criadas.

Andrés pasó por el pueblo despertando curiosidad, no sorpresa, porque solían acudir a la fiesta, muy celebrada en los contornos, algunos señoritos de Lada. Rosa le había dicho que la casa de la tía Eugenia estaba hacia la salida. Cuando se vio cerca preguntó por Máxima a una joven que se peinaba a la puerta de casa, delante de un espejillo roto.

Las vecinas le encontraban algunas veces en las calles hablando con señoritos cuya presencia hacía reír a las mujeres, o con graves caballeros a los que la maledicencia daba motes femeniles. Unas temporadas vendía periódicos, y en las grandes fiestas de Semana Santa ofrecía a las señoras sentadas en la plaza de San Francisco bandejas de caramelos.

Cuando ya estaba a alguna distancia, se volvió y dijo en tono más alto: Si esa desvergonzada no estuviese haciendo porquerías con los señoritos, las vacas no saltarían del prado. Andrés se enfureció al oír esto, y recogiendo velozmente la escopeta del suelo, hizo ademán de apuntarle. En las aldeas, las armas de fuego inspiran un terror supersticioso.

Palabra del Dia

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