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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Por lo visto, la baronesa se dedica al comercio. Cirilo llama; repique lejano. Una criadita, con cara de parisiense, abre. CIRILO. ¿Vive aquí la señora baronesa de Boel? LA SIRVIENTA. Sí, señor. CIRILO. ¿Podría hablar con la señorita Leonie Marchesse? LA SIRVIENTA. No sé si estará levantada ya. LA SIRVIENTA. Las damas estas se acostaron muy tarde.
Conocido apenas el suceso en el castillo, la señora de Aubry se había hecho transportar en seguida á casa de su amiga, y estas dos compañeras, nos dijo el doctor Desmarest, habían conferenciado sobre la muerte, la rapidez de sus golpes, la imposibilidad de preverlos ó de garantirse contra ellos, la inutilidad de los pesares que á nadie resucitan, sobre el tiempo que todo lo consuela, acabando por una letanía de ideas originales y picantes.
La acaudalada señora de Pinto, rica propietaria de Bahía de Todos los Santos, que hacía cuatro años vivía en París con gran lujo, no bien se informó de la llegada del Vizconde, a quien había conocido en Río, le escribió un billetito, convidándole a los tés musicales y a veces danzantes que tenía todos los viernes, y donde la mayor de sus hijas, que eran dos, y ambas bonitas, mostraba su habilidad y hechizaba con su voz melodiosa, cantando alternativamente, ya las modinhas de su país, ya las canciones más sentimentales y melancólicas de Alemania, Italia y Francia.
Libertad, pues, y adiós para siempre la ilusión de toda su vida, el sostén y fundamento de su ser moral; adiós nobleza, marquesado, fortuna... Mas ¿por qué afligirse tanto, si en sí misma hallaba Isidora indecibles consuelos? Libre y ya sin pretensiones, procuraría ser siempre muy señora. ¿Acaso el verdadero señorío no puede existir sin títulos y grandes riquezas?
Don Esteban había sufrido grandes pérdidas en negocios extravagantes aceptados por bondad; pero aun así, dejaba fortuna suficiente para que la esposa viviese una desahogada viudez entre sus parientes de Barcelona. La pobre señora no sufrió otra contrariedad en el arreglo de su nueva existencia que la rebeldía de Ulises.
Ahora que me hace acordar: me dijo la señora, don Melchor, que le dijera que la niña Clota los acompañó sin descanso en los días que el señor estaba peor. Pero... ¿qué ha estado mal el viejo? le preguntó Melchor. Sí, señor... al principio no estuvo muy bien, ¿no le decía?... pero ya va mejor.
Servíales de acompañante una hermana del tutor de Susana, llamada doña Gregoria, señora entrada en años, pero tan amiga de divertirse, que nunca ponía obstáculo ni entorpecimiento a cuanto las muchachas fraguaban para lucir y brillar.
Esta señora dijo una frase que se quedó grabada en la mente de cuantos la oímos, grito absurdo y dolorido del egoísmo contra la maternidad, y que si no fuera una paradoja, sería blasfemia contra la Naturaleza y la especie humana.
Por su parte, la señora Miguelina, olvidando un momento sus cacerolas, dirigía su furtiva mirada en la dirección de su antiguo amante y pensaba con honda angustia: «¿Se marchará, al fin?» El telegrama oficial decía de este modo: Director general de montes a inspector general, en Val-Clavin. Proposiciones aprobadas por el ministro.
Y no una señora curtida en achaque de aventuras, ni una doncellita boba temible por su misma ingenuidad, ni una astuta sabedora de todas las bajezas que el hombre es capaz de cometer antes, y de las infamias que hace después, nada de esto, sino que se trataba de una mujer incauta, inexperta, gozada y abandonada. Cierto que la dejó, pero sin escarnecerla ni despreciarla.
Palabra del Dia
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