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Azorín ha comprendido la realidad y ha bajado a abrir. Era un viejo que le ha saludado cortésmente, esforzándose por sonreír; pero era un esfuerzo penoso. ¿No habéis visto cuando estáis tristes y un niño o una mujer os miran, cómo en su cara ingenua se refleja instintivamente vuestro gesto triste? Pues Azorín, mirando a este viejo, ha puesto también cara triste. ¿Qué quiere este viejo?

Dicen que los peones de las salinas se están moviendo... Pasemos. ¿Quién es ese hombre que cruza el Altozano, apurado, mirando eternamente el reloj, con el sombrero alto a la nuca, delgado, moreno, con unos ojos brillantes como carbunclos, saludando a todo el mundo y por todos saludado con cariño?

Su venera, su espada, el joyel de la gorra, chispeaban en la penumbra. Al moverse dejaba oír rumores de metal y de seda. Seguro estoy dijo soberbio, increpando a su hermano, después de haber saludado al canónigo que reñíais a nuestro padre. Así es verdad contestó el hidalgo; me reñía porque os enviaba ese caparazón, con que me obsequia el alcalde de Toledo. El lacayo se adelantó a ofrecérselo.

Y disponíame yo a seguir su ejemplo, cuando Sofía Jansien salió al paso. No tiene usted la menor atención para las antiguas amigas me dijo haciendo monadas. Apenas me ha saludado usted esta noche, y su bella Luciana lo guarda tan severamente, que no se le ve a usted por ninguna parte... Ni siquiera me ha anunciado usted su boda.

Paco le había saludado de lejos, deprisa y mal, porque en aquel momento huía con la petaca de Quintanar a esconderla en la huerta, seguido de Edelmira, su más rolliza y vivaracha y colorada prima. Es loco ese chico, cuando se pone a enredar dijo Bermúdez disculpando a su pariente, y como recibiendo en calidad de deudo de los marqueses al señor Magistral.

Permanecía, pues, acurrucado en su silla, vuelto de espaldas al sargento mayor, y haciendo como que comía; pero en realidad, aterrado, reducido á la menor expresión, anonadado. Pero de repente, sacóle de su anonadamiento una voz que conocía demasiado. Aquella voz había saludado al sargento mayor. Aquella voz era la del galopín Cosme Aldaba.

A esa señora la he visto después de visitarla otra porción de veces en la calle, y la he saludado. Por lo tanto, me veo en la triste necesidad de manifestarte que lo que acabas de decir es una impertinencia. Cuando he asegurado que conocía a esa señora, es porque la conocía. Yo no hablo nunca a humo de pajas.

Yo también la conocí pronunció Josefina, cuya voz de tiple ascendía al tono sobreagudo. A no me ha saludado... añadió Borrén . No me conoció tal vez... y eso que yo la metí en la Granera... yo la recomendé. ¡Bien dije siempre que había de ser una chica preciosa! Lo que es de otra cosa no entenderé, hombre; pero de ese género.... ¿Qué les pareció a ustedes?

Al escuchar el saludo se tranquilizó de un modo y se inmutó de otro; porque al momento logró reconocer el que tan inopinadamente le cortaba el paso; el cual no era otro que el americano D. Jaime, a quien había saludado no muchos minutos antes cerca de la casa de Rosa. D. Jaime se apresuró a explicar el encuentro.

Al encontrarse las dos amigas en mitad del carrejo, enzarzáronse en un abrazo, tan íntimo y apretado, que parecía una «engarra»; se comían a besos, y entre beso y beso se decían las mayores atrocidades; llegó Lita con su abuelo, y se repitió la escena, hasta que acabó la de Robacío por fijarse en y rompió a llorar por el difunto, de tan buena gana, que parecía no haber consuelo para ella, mientras su marido, que ya me había saludado, hacía sus correspondientes pucheros, y se enjugaban los ojos con los delantales Lita y su madre, que eran de suyo muy tiernas de corazón y pegajosas de las lágrimas.