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Para el sitio de Ponferrada ya se fundieron en Zamora y Benavente, sabiéndose por las cuentas del tesorero Ruy López de Villalobos haberse encargado la fundición á los maestros Pedro y Juan, á condición de pagarles por cada uno que saliera limpio y bueno, sufriendo la prueba de dos tiros 1.000 maravedís, siendo de su cargo la leña, carbón, molde y demás cosas necesarias, excepto el cobre y estaño.

La aparición de Martholl la distrajo de estas reflexiones. Estaba de muy mal humor porque al ayudar a Alicia de Blandieres a subir a la balsa, desde donde quería tirarse, se había roto una uña. Su preocupación por este incidente le impedía desplegar su amabilidad habitual y su excitación no se había calmado aún, cuando la señora Aubry hizo señas a su hija para que saliera del agua.

La justa previsión de que pudieran ocurrir en aquel renacimiento disturbios y decepciones de gran importancia, hizo que el rey designado se negara a aceptar las responsabilidades que pudieran sobrevenir, y que saliera de París una noche huyendo de su reino y de la felicidad que en él se le prometía.

Un viento terrible que soplaba del Sur, caliente como si saliera de un inmenso horno encendido o como si atravesara por un desierto de fuego, corrió constantemente sobre el golfo de Carpentaria, retorciendo, como si fueran débiles cañas, los árboles que crecían alrededor del islote coralífero.

Pepe pensó con rabia en el fanatismo que hacía a su madre volver desde allí sola y a pie cuando en la casa gruñía por no ir a la botica, que distaba cincuenta pasos... Aguardó impaciente a que se fueran los últimos coches, esperando que doña Manuela saliera presto; mas trascurrido un buen rato, se resolvió a llamar y adelantó hacia la puerta.

Si el extranjero no saliera á la calle más que en las horas indicadas, tendria harto motivo para decir despues en su tierra que Paris era una inmensa fonda. Recorriéndolo á una hora cualquiera, tendrá motivos para decir que, llegada la hora de comer, esta ciudad es una inmensa tribu errante. Lo declaro sin escozor.

Todo lo que esta ciencia aflictiva nos enseñase, metiéndonos el corazón en un puño, y llenándonos de miedo y de asco, estaría bien consignado en trataditos científicos, cursos y epítomes; pero en las novelas escritas a menudo por gente que no ha ganado ninguna borla en las Universidades, todo podía salir trabucado, y aunque no saliera, no saldría novela tampoco, sino bodrio de ciencia mal digerida, puesta al alcance de todos, y que sólo interesaría y conmovería, no como las obras de un arte sencillo y sano, sino sobreexcitando nuestros nervios como las pociones y linimentos farmacéuticos, que nos hacen ver visiones espantosas y a las cuales nos aficiona una curiosidad perversa.

Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.

Es, pues, el caso que, no satisfecho con las noticias que acerca de Inés me dió Juan de Dios, traté de averiguar la verdad y tuve la feliz ocurrencia, mejor dicho, la inspiración, de presentarme en casa de la Marquesa, a quien no hallé; mas quiso la Divina Providencia que un criado, conocido mío desde la famosa noche de la representación, me saliera al encuentro, y después de mostrarse muy obsequioso, satisficiera mi curiosidad sobre aquel punto.

Pero a un extraño no le era fácil conocer esta falta de armonía: la prudencia disimulaba tales asperezas, y en conjunto reinaba la mayor y más jovial concordia. Había apretones de mano, golpecitos en el hombro, bromitas sempiternas, chistes, risas, secretos al oído. Algunos, taciturnos, se despedían pronto y abandonaban el templo; no faltaba quien saliera sin despedirse.