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Actualizado: 2 de julio de 2025


El otro departamento, compuesto de dos piezas, estaba ocupado por un hombre solo. Era un ruso ó polaco, que volvía casi siempre con paquetes de libros y pasaba largas horas escribiendo junto á una ventana del patio. El español le tuvo desde el primer momento por un hombre misterioso que ocultaba tal vez enormes méritos: un verdadero personaje de novela.

Estrofas en alemán, en ruso y en inglés, que al ser releídas por la cantante la hacían sonreír satisfecha, como si aspirase un perfume favorito, con gran desesperación de Rafael, que no podía conseguir que las tradujese. Son cosas que no entiende usted. Adelante, adelante. No quiero que se ruborice. Y tratándole como a un niño, le hacía volver las hojas sin dar explicación.

El español creía que eran pájaros; pero levantó la cabeza y no vio nada. ¿Era un canto? ¿Era un eco? No, porque no salía de un punto determinado, sino que se oía en todas partes. Entonces creyó que su amigo era ventrílocuo y le miró con atención. El ruso se echó a reír. «Ya veo le dijo que no sabéis de dónde provienen estas voces que aquí se dejan oír todos los años por este tiempo.

Ya la desgraciada joven del ruso empezaba a comprender la certeza de su desdicha, cuando entró en el despacho un mozo como de veinticuatro años, el cual, llegándose a ella con muestras de confianza, le dijo: «¿Conque usted por aquí, Isidora?... ¡Y en qué momento tan triste!... ¿Pero no me conoce usted? ¿Tan desmemoriada estamos, Isidora? ¿No se acuerda usted de D. Pedro Miquis, el del Toboso, que iba muchas veces al Tomelloso a buscar a su tío de usted, el señor Canónigo, para salir juntos de casa?

En la calle de Lepelletier vive un ruso, el cual tira todos los dias á la calle media talega de napoleones.

Después de oprimir entre sus brazos los músculos del Apolo ruso, blancos y fuertes, necesitaba quemarse en la llama inmortal que tiembla sobre la frente del Arte, y adoró al músico famoso. Ella, tan solicitada, descendió por primera vez de su altura para buscar al hombre, y con sus insinuaciones amorosas turbó la plácida calma de aquel artista, embebido en el culto del sublime maestro.

El día 23 es siempre en mi calendario víspera de desgracia; y a imitación de aquel jefe de policía ruso que mandaba tener prontas las bombas las vísperas de incendios, así yo desde el día 23 me prevengo para el día de sufrimiento y de resignación; y en dando las doce, ni tomo vaso en mi mano por no romperlo, ni apunto carta por no perderla, ni enamoro mujer porque no me diga que , pues en punto a amores tengo otra superstición: imagino que la mayor desgracia que a un hombre le puede suceder, es que una mujer le diga que lo quiere.

«¡Qué diablo, alguna había de haber!». Los seductores de la clase media que anhelaban siempre meter la cabeza en la aristocracia, declararon lo mismo: «Ana era invulnerable». Esperará algún príncipe ruso decía Alvarito Mesía, que vivía entre plebeyos y nobles. Alvarito no había dicho nunca a Anita: «buenos ojos tienes». Eran dos orgullos paralelos.

Y no la vió más. Nuevas preocupaciones torcieron el curso de sus pensamientos. Un día encontró en la calle á un ruso que parecía viejo y enfermo: Sergueff, su antiguo maestro. Debía tener unos cuarenta años y parecía un setentón, con la barba de un blanco sucio, el pelo triste, como apolillado, y un rostro de profundas arrugas, sin más vida que la de los agujeros verdes de sus ojos.

Aceptó con gusto que Tchernoff consumiese estos recuerdos de la época en que vivía él luchando con su hijo. Después de saborear el vino de la avenida Víctor Hugo, sentía el ruso una locuacidad visionaria semejante á la de la noche en que evocó la fantástica cabalgada de los cuatro jinetes apocalípticos.

Palabra del Dia

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