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Actualizado: 2 de junio de 2025
Cuando quedó instalado en el último piso del palacio, lo mismo que el maestro ruso, y el general hubo escogido para él varias prendas en su abundante guardarropa, Toledo creyó cumplidos todos los ensueños que se había forjado mientras corría París como tenaz comisionista de mil cosas invendibles.
El ruso, sin salir de su contemplación, se sirvió otra copa. Luego sonrió con una ironía cruel. Su rostro barbudo tomó la expresión de una máscara trágica asomando entre los telones de la noche. ¡Qué pensarán allá arriba de los hombres! murmuró . ¿Estará enterada alguna estrella de que existió Bismarck?... ¿Conocerán los astros la misión divina del pueblo germánico? Y siguió riendo.
Lo cierto, sin embargo, es que, en cuanto la Policía española sospecha que alguien puede ser ruso, le busca y le detiene. Si yo no he estado en Rusia todavía, es porque no he querido que, a la vuelta, me encerrasen para siempre en la Cárcel Modelo. No hay manera de ser ruso en España, Sr. Weissbein. Los mismos libros rusos han sido perseguidos y decomisados aquí diferentes veces.
Yo no sé, porque, siempre se encerraba con el señor en el escritorio. ¿Cuántas veces ha estado aquí? Tres o cuatro veces. ¿Nunca sospechó usted que hubiera entre ellos una relación muy íntima... que ella fuese su querida?... No podría decirlo. Un día... ¿Qué? La vi besar la mano al señor. ¿No oyó usted lo que decían? Hablaban en ruso. Yo no podía entender. Hagamos una suposición.
¡Ahí es nada ser ruso, esto es, ser del país del terrorismo y del bolchevismo!... Mi amigo Corpus Barga, actual redactor de El Sol en París, tuvo la debilidad de interesarse por las cuestiones rusas, y en cuanto se presentó en España, con unos bigotes caídos a la tártara, la Policía lo cogió y lo metió en la cárcel. Otro amigo mío, que quiso estudiar ruso, fue detenido a la tercera lección.
Entre aquellos monumentos el mas interesante es la preciosa capilla griega ó de estilo bizantino ruso, llamada Mausoleo, que el duque reinante hizo construir en 1852 en honor de su esposa difunta, princesa de Rusia.
El alemán al servicio del zarismo no siente escrúpulos ni lamenta su conducta: mata fríamente, con método minucioso y exacto, como todo lo que ejecuta. El ruso es bárbaro, pega y se arrepiente; el alemán civilizado fusila sin vacilación. Nuestro zar, en un ensueño humanitario de eslavo, acarició la utopía generosa de la paz universal, organizando las conferencias de La Haya.
Llegaron á la rue de la Pompe, y al entrar en la casa se despidió Tchernoff de sus acompañantes para subir por la escalera de servicio. Desnoyers quiso prolongar la conversación. Temía quedarse á solas con su amigo y que resurgiese su mal humor por las recientes contrariedades. La conversación con el ruso le interesaba. Subieron los tres por el ascensor.
Un incidente nada más. Quedan los otros... ¡los otros! que avanzan por el lado oriental y van á entrar en Berlín. Las noticias del frente ruso eran las preferidas por él; pero quedaba en suspenso cada vez que buscaba en la carta los nombres enrevesados de aquellos lugares donde efectuaban sus hazañas los admirados cosacos.
Y no acostumbra, como suelen hacerlo otros hombres inteligentes, abordar asuntos difíciles para demostrar que viven en un mundo de ideas superiores. Al contrario, nunca le he oído hasta ahora hablar sino de temas que nosotras comprendemos. Ese tacto que tiene su alma es lo que en él más me gusta. Hoy, por ejemplo, nos habló de un autor ruso, Nicolás Gogol.
Palabra del Dia
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