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El telegrama de los Cuarenta y cinco era distinto muchas veces, pero el apoderado apenas pasaba por él una mirada de desprecio, estallando en ruidosa protesta. ¡Mentira! ¡Todo envidia! Mi papel es el que vale. Aquí lo que hay es rabia porque mi niño quita muchos moños.

Interiormente le faltaba todo: deseaba descansar después de aquella marcha ruidosa por la vida, en la cual había hecho, en pocos años, el mismo camino que otras familias de potentados sólo recorren después de varias generaciones.

Pasaba una señora por entre las devotas, atrayendo la atención de éstas: una mujer alta, esbelta, de belleza ruidosa, vestida de colores claros y con un gran sombrero de plumas, bajo el cual brillaba con estallido de escándalo el oro luminoso de su cabellera. Gallardo la conoció. Era doña Sol, la sobrina del marqués de Moraima, «la Embajadora», como la llamaban en Sevilla.

Sin embargo, no tardó en llamar la atención de unos y de otros por su condición inquieta y ruidosa: en cuanto tomó confianza, y le bastaron pocos días, mostrose tan travieso, tan turbulento, que los maestros comenzaron a murmurar y a tenerle sobre ojo, y los alumnos a contar con él para todas las jugarretas.

Comenzó a reír el viejo, echando atrás la silla para que su vientre estremecido por la ruidosa carcajada, no chocase con el borde de la mesa. ¿También la has visto? dijo entre los estertores de su risa. Pues señor, ¡que ciudad esta! Llegó anteayer, y todos la han visto ya, y no hablan de otra cosa. eres el único que faltaba a preguntarme... ¡Jo! ¡jo! ¡jo! ¡Pero qué ciudad esta!

Imagínate que en la extremidad del jardín inglés sobre el cual da su salón y su tocador, hay una cascada, a decir verdad, poco ruidosa, pero cuyo sordo murmullo resulta un poco molesto. En los bordes del pequeño estanque que forma la cascada al caer, han sido plantados unos cuantos sauces llorones, árbol que odia la señorita de Valency.

No era la alegría ruidosa, desbordante de colores y susurros, del huerto al aire libre inundado de sol; tenía la melancólica belleza del jardín monacal entre cuatro paredes, sin más luz que la que desciende a lo largo de los aleros y las arcadas, ni otras aves que las que revolotean en lo alto mirando con asombro un paraíso en el fondo de un pozo.

De pronto, Gillespie, que escuchaba ceñudo las palabras del profesor, lanzó una ruidosa carcajada. Fué el relato del discurso de Gurdilo en el Senado lo que le hizo pasar sin transición de la cólera á la hilaridad.

Le arrojarían del local para siempre; no podría ver más á su soldado. El miedo la hizo contenerse, y su emoción ruidosa se deshizo en lágrimas. Para desahogar su pecho, hablaba en voz muy queda, una voz que sonaba hacia dentro del cuerpo, mientras sus ojos lacrimosos seguían contemplando con devoción todo lo que pasaba por el lienzo.

Diana lanzó una ruidosa carcajada; se representaba el chasco de su amiga esperando en vano, en su lindo traje de ciclista, la llegada del caballero que había elegido. ¡Oh! puede usted estar seguro de que Alicia estará furiosa, si le ha esperado; no se lo perdonará nunca.